Conciencia:la clave para vivir en equilibrio

EL ENTENDIMIENTO

Nunca jamás uso la palabra renuncia. Lo que digo es: goza de la vida, del amor, de la meditación, de las bellezas del mundo, del éx­tasis de la existencia... ¡goza de todo! Transforma lo mundano en sa­grado. Transforma esta orilla en la otra orilla, transforma la tierra en el paraíso.

Y sin embargo, indirectamente, empieza a producirse una cier­ta renuncia. Pero es una cosa que ocurre, no lo haces tú. No es algo que haces, es algo que ocurre. Empiezas a renunciar a tus tonte­rías, empiezas a renunciar a la basura. Empiezas a renunciar a las relaciones insensatas. Empiezas a renunciar a trabajos que no sa­tisfacen tu ser. Empiezas a renunciar a lugares en los que no era posible el crecimiento. Pero yo a eso no lo llamo renuncia. Lo lla­mo entendimiento, conciencia.

Si llevas piedras en la mano creyendo que son diamantes, yo no te diré que renuncies a: Esas piedras. Me limitaré a decirte: «Man­tente alerta y echa otra mirada.» Si tú mismo ves que no son dia­mantes, ¿qué necesidad hay de renunciar a ellas? Caerán de tus ma­nos por sí mismas. De hecho, si quieres seguir llevándolas tendrás que hacer un gran esfuerzo, tendrás que aplicar mucha voluntad para seguir llevándolas. Pero no podrás llevarlas mucho tiempo; en cuanto hayas visto que son inútiles, que no valen nada, tendrás ga­nas de tirarlas.

Y cuando tus manos queden vacías, podrás buscar auténticos tesoros. Y los tesoros auténticos no están en el futuro. Los auténti­cos tesoros están aquí mismo, ahora.

 

 

De Hombres Y Ratas

 

La vigilia es el camino de la vida.

El tonto duerme como si ya estuviera muerto,

Pero el maestro está despierto y vive eternamente.

Está vigilante. Tiene claridad.

¡Qué feliz es? Porque ve que estar despierto es vivir.

Qué feliz es siguiendo el camino de los despiertos.

Con gran perseverancia medita, buscando la libertad y la felicidad.

GAUTAMA BUDA, Dhammapada

 

Vivimos sin prestar ninguna atención a lo que ocurre a nuestro al­rededor. Sí, hemos llegado a ser muy eficientes en lo referente a hacer cosas. Lo que hacemos, lo hacemos ya tan eficientemente que no necesitamos ninguna conciencia para hacerlo. Se ha convertido en algo mecánico, automático. Funcionamos como robots. Todavía no somos hombres, somos máquinas.

Eso era lo que George Gurdjieff decía una y otra vez, que el hombre, tal como existe, es una máquina. Ofendió a mucha gente, porque a nadie le gusta que le llamen máquina. A las máquinas les gusta que las llamen dioses; entonces se sienten muy felices, se hin­chan de satisfacción. Gurdjieff decía que las personas eran máqui­nas y tenía razón. Si te contemplas a ti mismo" verás lo mecánico que es tu comportamiento. 

El psicólogo ruso Pavlov y el psicólogo norteamericano Skinner aciertan en un 99,9 por ciento cuando dicen que el hombre es una maravillosa máquina y nada más. No hay alma en él. He dicho que aciertan en un 99,9 por ciento; solo fallan por un pequeñísimo mar­gen. En ese pequeño margen están los budas, los despiertos. Pero se les puede perdonar porque Pavlov nunca se encontró con un buda; sólo se encontró con millones de personas como tú.

Skinner ha estudiado a los hombres y a las ratas y no ha encon­trado diferencia. Las ratas son seres más simples, eso es todo; el hombre es un poco más complicado. El hombre es una máquina su­mamente sofisticada, las ratas son máquinas simples. Es más fácil, estudiar a las ratas; por eso los psicó­logos siguen estudiando a las ratas. Estudian a las ratas y llegan a conclu­siones acerca de los hombres... y sus conclusiones son casi correctas. Digo «casi», fijaos bien, porque esa décima del uno por ciento es el fenómeno más importante que ha sucedido. Un Buda, un Jesús, un Mahoma... esas pocas personas despiertas son los auténticos hombres.

Pero ¿dónde puede B. F. Skinner encontrar un buda? Desde luego, no en Estados Unidos.

He oído contar que un hombre le preguntó a un rabino:

-¿Por qué Jesús no decidió nacer en Estados Unidos y en el siglo xx?

El rabino se encogió de hombros y respondió:

-¿En Estados Unidos? Habría sido imposible. En primer lugar, ¿dónde ibas a encontrar una virgen? Yen segundo lugar, ¿dónde ibas a encontrar tres sabios?

 

¿DÓNDE VA A ENCONTRAR UN BUDA B. F. SKINNER? Y aunque encontra­ra un buda, sus prejuicios, sus ideas preconcebidas, no le permiti­rían verlo. Seguiría viendo sus ratas. Es incapaz de comprender cualquier cosa que las ratas no puedan hacer. Ahora bien, las ratas no meditan, las ratas no alcanzan la iluminación. Y su concepto del hombre no es más que una imagen magnificada de una rata. Y aun así sigo diciendo que tiene razón en cuanto a la gran mayo­ría de la gente; sus conclusiones no están equivocadas, y los budas estarán de acuerdo con él en lo referente a la llamada humanidad normal. La humanidad normal está completamente dormida. Ni siquiera los animales están tan dormidos.

¿Has visto a un ciervo en el bosque? Lo alerta que parece, la cautela con que se mueve. ¿Has visto a un pájaro posado en un árbol? Lo inteligente­mente que vigila todo lo que ocurre a su alrededor. Si te acercas al pájaro, y este lo permitirá hasta cierta distancia. Más allá, un solo paso más y echará a volar. Tiene una clara conciencia de su territorio. Si alguien penetra en ese te­rritorio, es peligroso.

Si miras a tu alrededor, te sorpren­derás: El hombre parece ser el animal más dormido de la tierra.

Una mujer compra un loro en la subasta de los enseres de un prostíbulo de lujo, y mantiene tapada la jaula del loro durante dos semanas, con la esperanza de que así olvide su vocabu­lario obsceno. Cuando por fin destapa la jaula, el loro mira a su al­rededor y dice: «jAorrk! Casa nueva, madame nueva.» Cuando en­tran las hijas de la mujer, el loro añade: «jAurrk! Chicas nuevas.» Cuando por la noche llega el marido, el loro dice: «jAurrk! Los mis­mos clientes de siempre.»

El hombre se encuentra en un estado muy decaído. De hecho, ese es el significado de la parábola cristiana de la caída de Adán y su expulsión del Edén. ¿Por qué fueron expulsados Adán y Eva del pa­raíso? Fueron expulsados porque habían comido el fruto del árbol del conocimiento. Fueron expulsados porque se habían convertido en mentes y habían perdido su conciencia.

Así pues, lo que hay que hacer es recuperar la conciencia y per­der la mente. Tienes que expulsar de tu sistema todo lo que has ido reuniendo en forma de conocimiento. Es el conocimiento lo que te mantiene dormido. Por lo tanto, cuanto más conocimiento tenga una persona, más dormida está.

Eso es también lo que he observado yo. Los aldeanos inocentes están mucho más alerta y despiertos que los profesores de las uni­versidades y los pundits o sabios de los templos. Los pundits no son más que loros; los académicos de las universidades están repletos de caca de vaca sagrada, llenos de ruido desprovisto por completo de significado... son solo mentes sin nada de conciencia.

La gente que trabaja con la naturaleza -agricultores, jardine­ros, leñadores, carpinteros, pintores- está mucho más alerta que la gente que trabaja en las universidades como decanos y vicerrec­tores y rectores. Porque cuando trabajas con la naturaleza, la natu­raleza está alerta. Los árboles están alerta; desde luego, su manera de estar alerta es diferente, pero están muy alerta.

Ahora existen pruebas científicas de su estado de alerta. Si el le­ñador llega con un hacha en la mano y con la intención deliberada de cortar el árbol, todos los árboles que le ven venir se echan a tem­blar. Ahora existen pruebas científicas de ello; lo que digo no es poesía, cuando digo esto estoy hablando de ciencia. Ahora existen instrumentos para medir si el árbol es feliz o desdichado, si tiene miedo o no, si está triste o extático. Cuando llega el leñador, todos los árboles que lo ven se echan a temblar. Son conscientes de que la muerte ronda cerca. Y el leñador todavía no ha cortado ningún árbol, solo se está acercando...

Una cosa más, mucho más extraña: si el leñador va simplemen­te de paso, sin la idea deliberada de talar un árbol, a ningún árbol le entra miedo. Es el mismo leñador, con la misma hacha. Parece que su intención de talar un árbol afecta a los árboles. Esto signifi­ca que se ha comprendido su intención; significa que sus vibraciones están siendo descifradas por los árboles.

Hay otro hecho significativo que se ha observado científicamen­te. Si penetras en el bosque y matas un animal, no saló el reino ani­mal de los alrededores se siente sacudido; también los árboles. Si matas un ciervo, todos los ciervos de las proximidades sienten la vi­bración de la muerte y se entristecen; un gran temblor se apode­ra de ellos. De pronto sienten miedo sin ningún motivo concreto Puede que no hayan visto cómo matabas al ciervo, pero de algún modo, de un modo sutil, resultan afectados... instintivamente, intuitivamente. Pero esto no afecta solo a los ciervos... afecta a los árbo­les, afecta a los loros, afecta a los tigres, afecta a las águilas, afecta a las hojas de hierba. Se ha producido un crimen, un acto de des­trucción, una muerte... y todo lo que hay cerca resulta afectado. El hombre parece ser el más dormido...

Los sutras de Buda son para meditarlos profundamente, para absorberlos, para seguirlos. Él dice:

La, vigilia es el camino hacia la vida.

Estás vivo solo en la medida en que estás despierto. La conciencia es la diferencia entre la vida y la muerte. No estás vivo solo por estar respirando, no estás vivo solo porque tu corazón late. Fisiológicamente, se te puede mantener vivo en un hospital, sin nin­guna conciencia. Tu corazón seguirá latiendo y serás capaz de res­pirar. Así se te puede mantener en un estado mecánico de modo que sigas vivo durante muchos años... en el sentido de que respiras y el corazón late y la sangre circula. En los países avanzados del mundo hay actualmente muchas personas que simplemente ve­getan en los hospitales, porque la tecnología avanzada hace po­sible que tu muerte se posponga indefinidamente. Se te puede man­tener vivo durante años. Si eso es vida, entonces se te puede mantener vivo. Pero eso no es vida, ni mucho menos. Limitarse a vegetar no es vivir.

Los budas tienen una definición diferente. Su definición se basa en la conciencia. No dicen que estás vivo porque puedes respirar, no dicen que estás vivo porque tu sangre circula; dicen que estás vivo si estás despierto. Así pues, con la excepción de los despiertos, na­die está verdaderamente vivo. Sois cadáveres que andan, hablan y hacen cosas, sois robots.

La vigilia es el camino hacia la vida, dice Buda. Despierta y esta­rás más vivo. Y la vida es Dios. No hay otro Dios. Por eso Buda ha­bla de la vida y la conciencia. La vida es el objetivo y la conciencia es la metodología, la técnica para alcanzarlo.

El tonto duerme...

Todos estáis dormidos, así que todos sois tontos. No os sintáis ofendidos. Las cosas hay que decirlas tal como son. Funcionáis en sueños; por eso vais dando tumbos, seguís haciendo cosas que no queréis hacer. Seguís haciendo cosas que habéis decidido no hacer. Seguís haciendo cosas que sabéis que no están bien y no hacéis co­sas que sabéis que están bien.

¿Cómo es posible tal cosa? ¿Por qué no podéis andar derechos? ¿Por qué seguís atrapados en caminos que no conducen a ninguna parte? ¿Por qué seguís extraviándoos?

A un joven con bonita voz le proponen participar en una función teatral, pero él intenta librarse diciendo que siempre pasa vergüen­za en ese tipo de ocasiones. Le aseguran que será muy fácil, y que solo tiene que decir una frase: «Vengo a robar un beso y corro al combate. ¡Ah! Oigo un disparo de pistola...», y después abandonar el escenario.

Durante la función, el joven sale a escena, ya muy avergonzado por los cortos y ajustados pantalones coloniales que le han hecho ponerse en el último momento, y queda completamente trastorna­do al ver a la bella heroína que le espera tendida en una hamaca de jardín, con un vestido blanco. Carraspea y declara: «Vengo a sobar un berro... no, a robar un beso y combo al carrete, digo, corro al combate. ¡Ah! Oigo un pistolo de dispara... no, un esporo de pistilo, un pistado de perola... ¡Mierda, me cago en todos vosotros! ¡Ya os dije que no quería actuar en esta maldita función!»

Eso es lo que está pasando. Examina tu vida. Todo lo que sigues haciendo es tan confuso y confunde tanto... No tienes nada de clari­dad, no tienes nada: de percepción. No estás alerta. No ves, no oyes... Desde luego, tienes oídos para oír, pero dentro no hay nadie que lo entienda. Desde luego, tienes ojos para ver, pero dentro no hay na­die. Tus ojos siguen viendo y tus oídos siguen escuchando, pero no se comprende nada. Y a cada paso das un tropezón, a cada paso co­metes algún error. Y aún sigues creyendo que estás consciente.

Desecha por completo esa idea. Desecharla constituye un gran salto, un gran paso adelante, porque en cuanto abandonas la idea de «estoy consciente» empiezas a buscar y rebuscar maneras y medios para estar consciente. Así pues, lo primero que tienes que meterte en la cabeza es que estás dormido, completamente dormido.

La sicología moderna ha descubierto unas cuantas cosas im­portantes; aunque solo se han descubierto a nivel intelectual, es un buen comienzo. Si se han descubierto intelectualmente, tarde o temprano también se experimentarán existencialmente.

Freud fue un gran pionero; por supuesto, no era un buda, pero sí un hombre de gran trascendencia, porque fue el primero que consiguió que la mayor parte de la humanidad aceptara la idea de que el hombre tiene un gran subconsciente oculto en su interior. La mente consciente representa solo una décima parte, y la mente subconsciente es nueve veces más grande que la consciente.

Después, su discípulo Jung fue un poco más lejos, un poco más a fondo, y descubrió el subconsciente colectivo. Detrás del sub­consciente del individuo hay un subconsciente colectivo. Ahora es preciso que alguien descubra una cosa más que está ahí, y yo tengo la esperanza de que, tarde o temprano, las investigaciones psicoló­gicas en marcha lo descubran: el subconsciente cósmico. Los budas han hablado de él.

Así pues, podemos hablar de la mente consciente: una cosa muy frágil, una parte muy pequeña de nuestro ser. Detrás de la mente consciente está el subconsciente: poco claro, se pueden oír sus su­surros pero no los sabes interpretar. Siempre está ahí, detrás de la mente consciente, tirando de sus hilos. En tercer lugar está la men­te inconsciente, con la que solo entramos en contacto durante el sueño o cuando tomamos drogas. Y detrás, la mente subconsciente colectiva. Con esta solo entramos en contacto cuando emprende­mos una profunda investigación de nuestra mente subconsciente; entonces se encuentra uno con el subconsciente colectivo. Y si se­guimos profundizando aún más, se llega al subconsciente cósmico. El subconsciente cósmico es la naturaleza. El subconsciente colec­tivo es toda la humanidad que ha vivido hasta ahora; forma parte de uno. El inconsciente es un inconsciente individual que la sociedad ha reprimido, sin permitirle expresarse. Por eso llega de noche por la puerta trasera, en los sueños.

Y la mente consciente... La llamaré la mente supuestamente consciente, porque solo es eso. Es tan diminuta... solo un parpadeo, pero aunque solo sea un parpadeo es importante porque contiene la semilla; las semillas siempre son pequeñas. Tiene un gran poten­cial. Ahora se está abriendo una dimensión totalmente nueva. Así como Freud abrió la dimensión que está debajo de la conciencia, Sri Aurobindo abrió la dimensión que está por encima. Freud y Sri Aurobindo son las dos personas más importantes de esta época. Los dos son intelectuales, ninguno de ellos es una persona despierta, pero los dos han hecho un gran servicio a la humanidad. Nos han hecho intelectualmente conscientes de que no somos tan pequeños como parecemos desde la superficie, de que la superficie oculta grandes profundidades y alturas.

Freud descendió a las profundidades; Sri Aurobindo intentó pe­netrar en las alturas. Por encima de lo que llamamos nuestra mente consciente está la verdadera mente consciente; solo se alcanza me­diante la meditación. Cuando a nuestra mente consciente normal se le añade la meditación, cuando a la mente consciente normal se le suma la meditación se convierte en la verdadera mente consciente.

Más allá de la verdadera mente consciente está la mente superconsciente. Cuando uno medita no ves más que vislumbres momentáneos. La meditación es tantear en la oscuridad. Sí, se abren unas cuantas ventanas, pero se vuelve a caer una y otra vez. La mente superconsciente significa que se ha llegado al shamadi: se ha alcanzado una percepción cristalina, se ha alcanzado una conciencia integrada. Ahora ya no se puede caer abajo; es tuya. Hasta cuando duermes seguirá estando contigo.

Más allá de la mente superconsciente está el superconsciente co­lectivo. El superconsciente colectivo es lo que las religiones deno­minan «dios». Y más allá del superconsciente colectivo está el su­perconsciente cósmico, que sobrepasa incluso a los dioses. Buda lo llama nirvana, Mahavira lo llama kaivalya, los místicos hindúes lo han llamado moksha; tú puedes llamarlo la verdad. 

Estos son los nueve estados de existencia. Y tú estás viviendo solo en un pequeño rincón de tu ser: la minúscu­la mente consciente. Es como si al-guien tuviera un palacio y se hubiera olvidado por completo del palacio y estuviera viviendo en el porche... y pensara que eso es todo lo que hay.

Freud y Sri Aurobindo son dos grandes gigantes intelectuales, pione­ros, filósofos, pero los dos están haciendo grandes conjeturas. En lugar de enseñar a los estudiantes la filosofía de Bertrand Russell, Alfred North Whi­tehead, Martin Heidegger o Jean-Paul Sartre, sería mucho mejor que se les enseñara más sobre Sri Aurobindo, porque es el más grande filósofo de esta era. Pero está totalmente relega­do, rechazado por el mundo académico. La razón es que, con solo leer a Sri Aurobindo, te das cuenta de que estás inconsciente. Y él no es un buda todavía, pero aun así es capaz de crear una situación muy embarazosa para ti. Si tiene razón, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué no estás explorando las alturas de tu ser?

Freud fue aceptado con gran resistencia, pero al final fue acep­tado. Sri Aurobindo todavía no ha sido aceptado. De hecho, ni si­quiera encuentra oposición; simplemente, no se le hace ningún caso. Y la razón está clara. Freud habla de algo que está por debajo de nosotros, y eso no resulta tan embarazoso; uno se puede sentir bien sabiendo que está consciente y que debajo de la conciencia hay un subconsciente y un inconsciente y un subconsciente colectivo. Pero todos esos estados están por debajo de ti, tú estás en lo alto, te puedes sentir muy bien. En cambio, si estudias a Sri Aurobindo te sentirás avergonzado, ofendido, porque existen estados por enci­ma de ti, y el ego humano nunca quiere aceptar que exista algo por encima de él. El hombre quiere creer que es el pináculo más alto, la culminación, el Gourishankar, el Everest... que no existe nada por encima de él.

Y uno se siente muy a gusto. Negando tu propio reino, negando tus propias alturas, te sientes muy bien. Fíjate qué tontería.

Buda tiene razón cuando dice:

El tonto duerme como si ya estuviera muerto, pero el maestro

está despierto y vive eternamente.

La conciencia es eterna, no conoce la muerte. Solo la incons­ciencia muere. Así pues, si sigues inconsciente, dormido, tendrás que morir otra vez. Si quieres librarte de todo este sufrimiento de nacer y morir una y otra vez, si quieres librarte de la rueda del na­cimiento y la muerte, tienes que llegar a estar absolutamente aler­ta. Tienes que subir cada vez más a las alturas de la conciencia.

Y estas cosas no se pueden aceptar en el terreno intelectual; es­tas cosas tienen que experimentarse, estas cosas tienen que ser exis­tenciales. No te estoy diciendo que te convenzas filosóficamente, porque la convicción filosófica no aporta nada, ninguna cosecha. La verdadera cosecha solo se obtiene cuando haces un gran esfuerzo por despertarte. 

Pero estos mapas intelectuales pueden generar en ti un deseo, un anhelo. Pueden hacerte consciente del potencial, de lo posible; pueden hacerte consciente de que no eres lo que pareces ser; De que eres mucho más. "'.

El tonto duerme como si ya estuviera muerto, pero el maestro está despierto y vive eternamente. Está vigilante. Tiene claridad.

Simples y bellas afirmaciones. La verdad es siempre simple y siempre bella. Solo hay que ver lo simples que son estas dos afir­maciones... pero lo mucho que contienen. Mundos dentro de mun­dos, mundos infinitos. Está vigilante. Tiene claridad:

Lo único que hay que aprender es a estar vigilante. ¡Vigila! Vigi­la todas tus acciones. Vigila todos los pensamientos que pasan por tu mente. Vigila todos los deseos que se apoderan de ti. Vigila in­cluso los pequeños gestos: andar, hablar, comer, tomar un baño. Si­gue vigilándolo todo. Deja que todo se convierta en una oportunidad para vigilar.

No comas mecánicamente, no te limites a engullir. Mantente muy alerta. Mastica bien y no dejes de estar aler­ta... y te sorprenderá lo mucho que te has perdido hasta ahora, porque cada bocado te proporcionará una enorme satisfacción. Si comes vigilantemente, la comida será más sabrosa. Incluso la comida vulgar sabe bien si estás alerta; y si no lo estás, ya puedes comer la comida más sabrosa, que no tendrá sabor porque no hay nadie que lo ad­vierta. Simplemente, seguirás engu­llendo. Come despacio, con atención; cada bocado hay que masticarlo y saborearlo.

Huele, toca, siente la brisa y los rayos de sol. Mira la luna conviértete en un estanque callado y, vigilante, y la luna se reflejará en ti con enorme belleza.

Muévete por la vida manteniéndote en constante vigilancia. Se te olvidará una y otra vez. No te atormentes por ello; es natural. Du­rante millones de vidas, nunca has intentado estar alerta, así que es lógico y natural que te olvides una y otra vez. Pero en cuanto te acuerdes, vuelve a vigilar.

Recuerda una cosa: cuando recuerdes que te has olvidado de vi­gilar, no te pongas triste, no te arrepientas; si lo haces, estarás per­diendo el tiempo otra vez. No te sientas miserable: «Me he vuelto a perder.» No empieces a sentir «soy un pecador». No empieces a condenarte, porque eso es una pura pérdida de tiempo. ¡Nunca te arrepientas del pasado! Vive en el momento. Si te has olvidado, ¿qué más da? Era natural. Se ha convertido en un hábito y los hábitos son difíciles de extirpar. Y no se trata de hábitos adquiridos en una sola vida; son hábitos asimilados durante millones de vidas. Así pues, si eres capaz de mantenerte alerta aunque solo sea unos mi­nutos, puedes estar agradecido. Inclu­so esos pocos minutos son más de lo que cabía esperar.

Está vigilante. Tiene claridad.

Y cuando vigilas, surge la claridad.

¿Por qué surge claridad de la vigilan­cia? Porque cuanto más alerta estás, más disminuyen todas tus prisas. Te mueves con más gracia. Cuando estás alerta, tu mente parlanchina parlotea menos, porque la energía que se dedi­caba a parlotear se dedica a la vigilan­cia y se convierte en vigilancia. ¡Es la misma energía! A partir de ahí, cada vez es más la energía que se transfor­ma en vigilancia, y la mente no recibe su ración. Los pensamientos empiezan a adelgazar, empiezan a perder peso. Poco a poco empe­zarán a morir. Y cuando los pensamientos empiezan a morir, surge la claridad. Ahora tu mente se transforma en un espejo.

¡Qué feliz es! Y cuando uno tiene claridad, uno es bienaventura­do. La confusión es la causa de todo sufrimiento; la claridad es la base de la felicidad. ¡Qué feliz es! Porque ve que estar despierto es vivir.

Y ahora sabe que no existe la muerte, porque su estado despier­to no se puede destruir. Cuando llegue la muerte, también la vigi­larás. Morirás vigilando; la vigilancia no morirá. Tu cuerpo desaparecerá, el polvo al polvo, pero tu vigilancia quedará. Se convertirá en parte de la totalidad cósmica. Se convertirá en conciencia cósmica.

En estos momentos, los profetas de los Upanishads declaran <<Aham brahmasmi», «soy la conciencia cósmica». En estos espacios es donde al-Hillaj Mansoor proclamó <<Ana'l haq», «yo soy la ver­dad». Estas son las alturas, a las que tienes derecho por nacimiento. Si no llegas a ellas, el único responsable eres tú, y nadie más.

 

¡Qué feliz es! Porque ve que estar despierto es vivir.

Qué feliz es, siguiendo el camino de los despiertos.

Con gran perseverancia medita, buscando la libertad y la felicidad.

 

Escucha con mucha atención estas palabras: Con gran perseverancia... A menos que pongas todo tu esfuerzo en despertarte, no ocurrirá. Los esfuerzos parciales son inútiles. No se puede ser una cosa a medias, no se puede ser ti­bio eso no servirá de nada. El agua tibia no puede evaporarse, y los esfuer­zos tibios por estar alerta están conde­nados al fracaso.

La transformación solamente ocurre cuando pones toda tu energía en ello. Cuando hierves a cien grados, entonces te evaporas, entonces se produce el cambio alquímico. Entonces empiezas a as­cender. ¿No lo has observado? El agua fluye hacia abajo, pero el va­por asciende a lo alto. Aquí ocurre exactamente lo mismo: la in­consciencia va hacia abajo, la conciencia va hacia arriba.

Y una cosa más: hacia arriba es sinónimo de hacia dentro, y ha­cia abajo es sinónimo de hacia fuera. La conciencia va hacia dentro, la inconsciencia va hacia fuera. La inconsciencia hace que te inte­reses en lo otro: otras cosas, otras personas, pero siempre otros. La inconsciencia te mantiene en una completa oscuridad, tus ojos si­guen enfocando otras cosas. Crea una especie de exterioridad, te hace extravertido. La conciencia crea interioridad, te hace introver­tido, te lleva hacia dentro, cada vez a mayor profundidad.

Y más profundidad significa también más altura; las dos crecen a la vez, como crecen los árboles. Tu solo los ves creciendo hacia arriba, no ves las raíces que crecen hacia abajo. Pero primero las raíces tienen que crecer hacia abajo, solo entonces puede el árbol crecer hacia arriba. Si un árbol quiere llegar hasta el cielo, tendrá que enviar raíces hasta el fondo mismo, a la mayor profundidad po­sible. El árbol crece simultáneamente en las dos direcciones. Exac­tamente del mismo modo crece la conciencia. Hacia arriba... hacia abajo, hundiendo sus raíces en tu ser.

 

 

 

Las raíces del sufrimiento

 

El sufrimiento es un estado de inconsciencia. Somos desgraciados porque no somos conscientes de lo Que estamos hacien­do de lo que estamos pensando, de lo que estamos sintiendo... y por eso nos contradecimos continuamente, a cada momento. La acción va en una direc­ción, el pensamiento en otra, el senti­miento está en otra parte. Nos vamos haciendo pedazos, cada vez estamos más fragmentados. Eso es el sufri­miento: perdemos integración, perde­mos unidad. Perdemos por completo.

el centro, somos una simple periferia.

Y naturalmente, una vida que no sea armoniosa está condenada a ser miserable, trágica, una carga que hay que llevar como se pueda un sufrimiento. Lo máximo que uno puede hacer es conseguir que este sufrimiento sea menos doloroso. Y existen mil y una clases de quita dolores.

No solo están las drogas y el alco­hol: la religión también se ha utilizado a modo de opio. Deja a las personas drogadas. Y naturalmente, todas las religiones están en contra de las drogas, porque ellas mismas se dedican al mismo negocio; están en contra de los competidores. Si la gente toma opio, puede que deje de ser religiosa; puede que ya no tenga necesidad de ser reli­giosa. Si ya han encontrado el opio, ¿por qué tendrían que moles­tarse con la religión? Y el opio es más barato, exige menos com­promiso. Si la gente toma marihuana, LSD y otras drogas más sofisticadas, es natural que no sea reli­giosa, porque la religión es una droga muy primitiva. Por eso todas las reli­giones están contra las drogas.

La razón no es que estén verdade­ramente en contra de las drogas. La razón es que las drogas son competi­dores y, por supuesto, si se puede im­pedir que la gente use drogas será más fácil que caigan en las trampas de los sacerdotes, porque esa es la única sali­da que les queda. Es una especie de monopolio: en el mercado solo queda su opio y todo lo demás se declara ilegal.

La gente vive sumida en el sufri­miento. Solo existen dos maneras de salir de él: la primera consiste en con­vertirse en meditador: alerta, despierto, consciente... y eso es algo muy difí­cil. Se necesita coraje. La manera más barata consiste en encontrar algo que te pueda dejar aún más inconsciente de lo que ya estás, para que no puedas sentir el sufrimiento. Encuentra algo que te deje totalmente insensible, algo que te intoxique, algún anestésico que te deje tan inconsciente que puedas escapar a esa in­consciencia y olvidar todas tus ansiedades, angustias y sin sentidos.

La segunda manera no es la verdadera. La segunda manera solo hace que tu sufrimiento resulte un poco más confortable, un poco más soportable, un poco más cómodo. Pero no ayuda, no te trans­forma. La única transformación llega por la vía de la meditación, porque la meditación es el único método que te hace consciente. Para mí, la meditación es la única religión verdadera. Todo lo de­más es un engañabobos. Y existen diferentes marcas de opio: cris­tianismo, hinduismo, islamismo, jainismo, budismo... pero son solo diferentes marcas. El recipiente es distinto, pero el contenido es el mismo: todas te ayudan de algún modo a adaptarte a tu su­frimiento.

Lo que yo me propongo es llevarte más allá del sufrimiento. No hay necesidad de adaptarse al sufrimiento: existe la posibilidad de librar­se por completo de él. Pero el camino es un poco difícil; el camino es un de­safío.

Tienes que hacerte consciente de tu cuerpo y de lo que haces con él...

Un día, Buda estaba pronunciando su discurso matutino y el rey había acudido a escucharle. Estaba sentado enfrente de Buda y no paraba de mover el dedo gordo del pie. Buda dejó de hablar y miró el dedo del pie del rey. Como es natural, cuando Buda miró su dedo, el rey dejó de moverlo. Buda empezó a hablar de nuevo, y el rey empezó otra vez a mover el dedo gordo del pie. Entonces Buda le preguntó:

-¿Por qué haces eso?

El rey respondió: 

-Solo cuando dejaste de hablar y me miraste el dedo me di

cuenta de lo que estaba haciendo. No era nada consciente de lo que hacía.

-Es tu dedo y no eres consciente -dijo Buda-. Entonces, po­drías llegar a matar a una persona sin ser consciente de ello. Y exactamente de esa manera se ha matado a gente y el homici­da no ha sido consciente. Muchos homicidas han negado en los tri­bunales haber matado a alguien. Al principio se pensaba que sim­plemente mentían, pero recientemente se ha descubierto que no estaban mintiendo, que lo hicieron en estado de inconsciencia. En aquel momento estaban tan rabiosos, tan enfurecidos, que fueron poseídos por su furia. Y cuando estás furioso, tu cuerpo segrega ciertas toxinas y tu sangre se intoxica. Estar enfurecido es estar en un estado de locura temporal. Y la per­sona se olvidará por completo de lo que hizo, porque no era consciente de lo que hacía. Y así es como la gente se enamora, mata a otros, se suicida, hace todas esas cosas.

El primer paso hacia la conciencia es prestarle mucha atención a tu cuer­po. Poco a poco, uno se va poniendo en estado de alerta ante cada gesto y cada movimiento. Ya medida que te vas ha­ciendo consciente, empieza a ocurrir un milagro: dejas de hacer muchas cosas que antes hacías. Tu cuerpo se encuentra más relajado, tu cuerpo está más entonado, una profunda paz empieza a prevalecer incluso en tu cuerpo, una música sutil vibra en tu cuerpo.

Después, empiezas a hacerte cons­ciente de tus pensamientos; hay que hacer lo mismo con los pensamientos. Son más sutiles que el cuer­po y por supuesto, también más peligrosos. Y cuando te hagas consciente de tus pensamientos, te sorprenderá lo que ocurre en tu interior. Si pones por escrito lo que está ocurriendo en cualquier momento, te llevarás una gran sorpresa. No te lo vas a creer «¿Esto es lo que está ocurriendo dentro de mí?» Sigue escribiendo duran­te solo diez minutos. Cierra las puertas con llave y cierra también las ventanas para que nadie pueda entrar, para que puedas ser completamente sincero y enciende el fuego para poder tirar al fuego lo que escribas; así nadie lo sabrá aparte de ti. Y después sé absolutamente sincero; ponte a escribir lo que esta pasando dentro de la mente. No lo interpretes, no lo alteres, no lo edites. Limítate a ponerlo en el papel sin adornos, tal como es, exactamente como es.

Y al cabo de 10 minutos, léelo. ¡Verás una mente loca por dentro! No somos conscientes de que esa locura fluye constantemente como una corriente subterránea. Afecta a todo lo que tiene importancia en tu vida. Afecta a cualquier cosa que hagas; afecta a todo lo que haces, afecta a todo. ¡Y suma de todo ello va a ser tu vida.!

Así pues, este loco debe cambiar. Y el milagro de la conciencia es que no necesitas hacer nada, aparte de hacer­te consciente. El fenómeno mismo de observarlo hace que cambie. poco a poco, el loco va desapareciendo. Poco a poco, los pensamientos empiezan a ajustarse a cierta pauta. Su caos desa­parece, se van convirtiendo en algo más parecido a un cosmos. Y una vez más, una profunda paz lo domina todo.

Y cuando tu cuerpo y tu mente estén en paz, verás que están sinfonizados uno con otro, que existe un puente. Ahora ya no corren en diferentes direcciones, ya no cabal­gan en diferentes caballos. Por primera vez hay acuerdo, y ese acuerdo constituye una ayuda inmensa para trabajar tercer paso: hacerte consciente de tus sentimientos, emociones, estados humor. Esta es la capa más sutil y más difícil, pero si puedes ser consciente de los pensamientos solo tienes que dar un paso más. Se necesita una conciencia un poco más intensa para empezar a medi­tar sobre tus estados de humor, tus emociones, tus sentimientos.

 

En cuanto eres consciente de estas tres cosas, todas se unen en un único fenómeno. Y cuando estas tres cosas sean una sola, fun­cionando perfectamente al unísono, canturreando juntas, cuando puedas sentir la música de las tres -se han convertido en una orquesta-, ocurre la cuarta. Lo que tú no puedes hacer ocurre por sí solo, es un regalo de la totalidad. Es una recompensa para los que han hecho estas tres cosas.

Y la cuarta cosa es la conciencia definitiva que lo despierta a uno. Uno se hace consciente de la propia conciencia, esa es la cuar­ta cosa.- Eso te convierte en un buda, un ser despierto. Y solo en ese despertar llega uno a conocer lo que es la bienaventuranza. El cuer­po conoce el placer, la mente conoce la felicidad, el corazón cono­ce la alegría, la cuarta cosa conoce la bienaventuranza. La biena­venturanza es el objetivo, y la conciencia es el camino que lleva a ella.

 

 

Mundos Privados

 

 

"Dijo Heráclito:

Los hombres son tan olvidadizos y descuidados

de lo que ocurre a su alrededor

en sus momentos de vigilia

como cuando están dormidos.

Tontos, aunque oyen

son como los sordos.

A ellos se les aplica el adagio

de que cuando están presentes

están ausentes.

Uno no debería actuar ni hablar

como si estuviera dormido.

Los despiertos tienen un mundo en común,'

los durmientes tienen un mundo privado cada uno. Lo que vemos cuando estamos despiertos es la muerte; cuando estamos dormidos, vemos sueños.

 

Heráclito aborda el problema más grave del hombre: que aun cuando está despierto, está completamente dormido.

Estás dormido cuando duermes, pero también estás dormido cuando estás despierto. ¿Qué significa esto? Porque esto es lo que dice Buda, lo que dice Jesús, lo que dice Heráclito. Pareces com­pletamente despierto, pero es solo apariencia; en el fondo de tu ser, el sueño continúa.

Incluso en este momento estás soñando por dentro. Mil y un pensamientos siguen su curso, y tú no eres consciente de lo que está ocurriendo, no eres consciente de lo que estás haciendo, no eres consciente de quién eres. Te mueves como se mueve la gente en sueños.

Seguro que has conocido a alguien que se mueve, hace tal o cual cosa y después vuelve a quedarse dormido. Es una enfermedad lla­mada sonambulismo. Mucha gente se levanta de la cama por la no­che; tienen los ojos abiertos, pueden moverse. Van a la cocina, co­men algo y vuelven a meterse en la cama. Y si les preguntas a la mañana siguiente, no saben nada del asunto. Como máximo, si se esfuerzan por recordar, verán que tu­vieron un sueño esa noche, que soña­ron que se despertaban e iban a la co­cina. Pero fue un sueño, eso como máximo; incluso eso resulta difícil de recordar.

Mucha gente ha cometido críme­nes; muchos homicidas declaran ante el tribunal. que no saben nada, que no recuerdan haber hecho tal cosa. No es que estén mintiendo al tribunal, no. ¡Los psicoanalistas han acabado por des­cubrir que no están mintiendo, no ¡están intentando engañar; son absolu­tamente sinceros. Cometieron el homi­cidio -lo cometieron cuando estaban profundamente dormidos ­como en un sueño. Este sueño es más profundo que el sueño nor­mal. Este sueño es como estar borracho: puedes moverte un poco, puedes hacer unas pocas cosas, puedes también estar un poco cons­ciente... pero estás borracho. No sabes lo que está ocurriendo con exactitud. ¿Qué has hecho en el pasado? ¿Puedes recordarlo exacta­mente, por qué hiciste lo que hiciste? ¿Qué te ocurrió? ¿Estabas aler­ta cuando ocurría? Te enamoras sin saber por qué; te pones de mal humor sin saber por qué. Por supuesto, encuentras excusas; racio­nalizas todo lo que haces... pero la racionalización no, es conciencia.

Conciencia significa que eres completamente consciente de cualquier cosa que esté ocurriendo en ese momento. Tú estás pre­sente. Si tú estás presente cuando surge la ira, la ira no puede sur­gir. Solo puede ocurrir cuando estás completamente dormido. Cuando estás presente, se inicia inmediatamente una transforma­ción en tu ser, porque cuando tú estás presente, consciente, mu­chas cosas simplemente no son posibles. Así pues, de hecho solo existe un pecado, que es la inconsciencia.

El significado original de la palabra pecar es faltar. No significa hacer algo que está mal, significa simplemente faltar, estar ausente. La raíz hebrea de la palabra pecado significa faltar. También ocurre en algunas pa­labras inglesas construidas sobre la partícula miss: misconduct, misbehavior.] faltar significa no estar ahí, hacer algo sin estar presente: este es el único pecado. ¿Y la única virtud? Estar completamente alerta cuando haces algo. Lo que Gurdjieff llama recordar­se uno mismo, lo que Buda llama estar correctamente atento, lo que Krishna-murti llama conciencia, lo que Kabir ha llamado surau: ¡Estar ahí! Eso es lo único que hace falta, y nada más.

No necesitas cambiar nada, y aunque intentaras cambiar algo no podrías. Ya has intentado cambiar muchas cosas en ti. ¿Lo has conseguido? ¿Cuántas veces has decidido no volver a enfurecerte? ¿Qué ocurrió con tus propósitos? Cuando llega el momento, vuelves a caer en la misma trampa; te pones furioso, y cuando la furia ha pasado, te arrepientes. Se ha convertido en un círculo vicioso: incurres en la ira, te arrepientes y quedas listo para volver a incurrir.

Recuerda que aunque te arrepientas no estás ahí: ese arrepentimiento también forma parte del pecado. Por eso no ocurre nada. Si­gues intentándolo una y otra vez, y tomas muchas decisiones y te haces muchos propósitos, pero no ocurre nada. Sigues igual. Eres exactamente igual que cuando naciste, sin que se haya producido en ti ni el más mínimo cambio. No es que no lo hayas intentado, no es que no te hayas esforzado, lo has intentado una y otra vez. Y fra­casas porque no es cuestión de esfuerzo. Esforzarte más no te ser­virá de nada. Es cuestión de estar alerta, no de esfuerzo.

Si estás alerta, muchas cosas simplemente desaparecen; no ne­cesitas deshacerte de ellas. En estado consciente, ciertas cosas no son posibles; Y esta es mi definición, no existe otro criterio. Si es­tás consciente no puedes enamorarte; por lo tanto, caer enamorado es un pecado. Puedes amar, pero eso no es como una caída, es como una as­censión. ¿Por qué [en inglés] se usa la expresión «caer enamorado» (falling in love)? Es una caída; estás cayendo, no estás ascendiendo. Cuando estás consciente, no es posible caer... ni si­quiera en el amor. No es posible, sim­plemente no lo es. Con la conciencia no es posible; asciendes en el amor. Y ascender en el amor es un fenómeno totalmente diferente del enamora­miento. Estar enamorado es un estado onírico. Por eso a la gente que está enamorada se le nota en los ojos; es como si estuvieran más dormidos que los demás, intoxicados, so­ñando. Se les nota en los ojos porque sus ojos tienen una ensoña­ción. Las personas que ascienden en el amor son totalmente dife­rentes. Se nota que ya no están soñando, que están afrontando la realidad y eso las hace crecer.

Al enamorarte sigues siendo un niño; al ascender en el amor, maduras y en poco tiempo, el amor deja de ser una relación; se convierte en un estado de tu ser. Entonces ya no se-puede decir que ames a este y no ames a aquel, no; simplemente, amas. Es algo que compartes con cualquiera que se acerque a ti. Ocurra lo que ocurra, tú das tu amor. Tocas una piedra y la tocas como si estuvie­ras tocando el cuerpo de tu persona amada. Miras un árbol y lo mi­ras como si miraras el rostro de tu amado. Se convierte en un esta­do del ser. No es que estés enamorado, es que eres amor. Esto es ascender, no caer.

El amor es hermoso cuando asciendes por él, y se convierte en algo sucio y feo cuando desciendes por él. Y tarde o temprano des­cubrirás que resulta venenoso, que se convierte en un cautiverio. Has quedado atrapado, tu libertad ha sido aplastada; te han cortado las alas, ya no eres libre. Al caer enamorado te conviertes en una po­sesión; tú posees y permites que alguien te posea a ti. Te conviertes en un objeto, y tratas de convertir en un objeto a la persona de la que te has enamorado.

Mira una pareja de marido y mujer. Los dos se han convertido en objetos, ya no son personas. Los dos intentan poseer al otro. Solo las cosas se pueden poseer, no las personas. ¿Cómo puedes poseer una persona? ¿Cómo puedes dominar a una persona? ¿Cómo puedes convertir a una persona en una posesión? ¡Imposible! Pero el mari­do está intentando poseer a la esposa; la esposa intenta lo mismo. Se produce un choque, y los dos acaban por convertirse básica­mente en enemigos. Son destructivos el uno para el otro.

Sucedió que el mulá Nasruddin entró en la oficina de un ce­

menterio y se quejó al encargado:

-Sé que mi esposa está enterrada en este cementerio, pero no

encuentro su tumba.

El encargado consultó su registro y preguntó:

-¿Cómo se llama?

-Señora del mulá Nasruddin -dijo el mulá.

El encargado volvió a mirar y dijo:

-No hay ninguna señora del mulá Nasruddin, pero sí que hay

un mulá Nasruddin. Lo siento, parece que ha habido un error en el registro.

-No hay ningún error-dijo Nasruddin-. ¿Dónde está la tum­

ba del mulá Nasruddin? Porque todo está a mi nombre.

¡Incluso la tumba de su mujer!

 

Posesión... todos se empeñan en poseer al ser amado, al aman­te. Ya no hay amor. De hecho, cuando posees a una persona, odias, destruyes, matas; eres un asesino. El amor debería dar libertad; el amor es libertad. El amor hace al ser amado cada vez más libre, el amor da alas, el amor abre la inmensidad del cielo. No puede con­vertirse en una prisión, en un encierro. Pero ese amor tú no lo co­noces, porque solo se da cuando estás despierto; esa calidad de amor solo aparece cuando hay conciencia. El amor que tú conoces es un pecado, porque se genera en el sueño.

Y lo mismo ocurre con todo lo que haces. Aunque intentes hacer algo bueno, haces daño. Fíjate en los refor­madores visionarios: siempre hacen daño y son las personas más dañinas del mundo. Los reformadores sociales, los llamados revolucionarios, son la gente más dañina. Pero es difícil ver el mal que hacen porque son muy bue­nas personas, siempre están haciendo el bien a los demás... esa es su manera de crear una prisión para los otros. Si les dejas que te hagan algún bien, pa­sarán a poseerte. Empezarán por darte I masaje en los pies, y tarde o temprano te encontrarás con que te han echado las manos al cuello. Empiezan por los pies y terminan por el cuello, porque son inconscientes; no saben lo que están haciendo. Han aprendido un truco: si quieres poseer a alguien, haz el bien. Ni siquiera son conscientes de que han apren­dido ese truco. Pero hacen daño, porque cualquier cosa-cualquier cosa- que intente poseer a otra persona, sea cual sea su nombre o forma, es irreligiosa, es un pecado.

Vuestras iglesias, vuestros templos, vuestras mezquitas, todos han cometido pecados contra vosotros, porque todos se han con­vertido en poseedores, todos se han convertido en dominadores.

Todas iglesias están contra la religión, porque la religión es li­bertad. Entonces, ¿por qué ocurre esto? Jesús pretende darte liber­tad, darte alas. ¿Qué es lo que ocurre entonces, cómo aparece esta, iglesia? Ocurre porque Jesús vive en un plano de existencia total­mente diferente, el plano de la conciencia. Y los que le escuchan, los que le siguen, viven en el plano del sueño. Oigan lo que oigan, lo interpretan a través de sus propios sueños. Y todo lo que cons­truyen tiene que ser un pecado. Cristo te da religión, y después una gente que está profundamente dormida lo convierte en una iglesia.

Se dice que en cierta ocasión, Sata­nás, el demonio, estaba sentado bajo un árbol, muy triste. Pasó un santo, miró a Satanás y le dijo:

-Hemos oído decir que tú nunca, descansas, que siempre estás haciendo alguna maldad en alguna parte. ¿Qué haces ahí, sentado bajo ese árbol?

Satanás estaba absolutamente deprimido.

-Parece que de mi trabajo se en­cargan ahora los sacerdotes, y yo no tengo nada que hacer -dijo-. Me he quedado sin trabajo. A veces me en­tran ganas de suicidarme, porque los sacerdotes lo están haciendo muy bien.

 

Los sacerdotes lo hacen tan bien porque han convertido la li­bertad en encarcelamiento, han convertido la verdad en dogmas... han convertido todo lo que se origina en el plano de la conciencia al plano del sueño.

Intenta comprender lo que es exactamente este sueño, porque si eres capaz de sentir lo que es, ya has empezado a estar alerta, ya es­tás en el camino de salida. ¿Qué es este sueño? ¿Cómo se produce? ¿Cuál es su mecanismo? ¿Cuál es su modus operandi?

La mente siempre está en el pasado o en el futuro. No puede es­tar en el presente, es absolutamente imposible para la mente estar el presente. Cuando estás en el presente, la mente ya no está ahí, porque mente equivale a pensar. ¿Cómo puedes pensar en el pre­sente? Puedes pensar en el pasado; ya se ha convertido en parte de la memoria y la mente puede trabajar con ello. Puedes pensar en el futuro; todavía no está aquí y la mente puede soñar con ello. La mente puede hacer dos cosas: puede moverse hacia el pasado, donde hay espacio de sobra para moverse, el vasto espacio del pa­sado, en el que puedes seguir y seguir penetrando; o puede moverse hacia el futuro, donde también hay un espacio infinito, en el que puedes imaginar y soñar sin límites. Pero ¿cómo va a fun­cionar la mente en el presente? En el presente no hay espacio para que la mente haga ningún movimiento.

El presente es solo una línea divi­soria, nada más. Separa el pasado del futuro, no es más que una línea diviso­ria. Puedes estar en el presente, pero no puedes pensar en él; para pensar se necesita espacio. Los pensamientos necesitan espacio, son como los obje­tos. Recuérdalo: los pensamientos son cosas materiales, muy sutiles, pero son materiales.

No puedes pensar en el presente. En el instante en que empie­zas a pensar, ya es pasado. Ves salir el sol y dices: «Qué bello ama­necer.» Cuando lo dices ya es el pasado. Cuando el sol está saliendo no hay espacio suficiente ni siquiera, para decir «Qué bonito», por­que cuando pronuncias esas dos palabras, «qué bonito», la expe­riencia ya se ha convertido en pasado. La mente ya lo ha archivado en la memoria; Pero en el momento exacto en que sale el sol, el momento exacto en que el sol apareé sobre la línea, ¿cómo puedes pensar? ¿Qué puedes pensar? Puedes estar con el sol que sale, pero no puedes pensar. Hay espacio suficiente para ti, pero no para los pensamientos.

Ves una hermosa flor en el jardín y dices: «Qué bonita rosa.» En ese momento ya no estás con la rosa; es ya un recuerdo. Cuando la flor está ahí y tú estás ahí, los dos presentes ante el otro, ¿cómo po­drías pensar? ¿Qué podrías pensar? ¿Cómo va a ser posible el pen­samiento? No hay espacio para él. El espacio es tan estrecho -de hecho, no hay nada de espacio- que tú y la flor no podéis ni si­quiera existir como dos seres, porque no hay espacio suficiente para dos; solo puede existir uno.

Por eso, en una presencia profunda, tú eres la flor y la flor se convierte en ti. Cuando no hay pensamiento, ¿quién es la flor y quién es el observador? El observador se convierte en observado. De pronto, desaparecen las fronteras. De pronto, te encuentras con que has penetrado en la flor y la flor ha penetrado en ti. De pronto: ya no sois dos; solo existe uno.

Si empiezas a pensar, os convertís de nuevo en dos. Si no pien­sas, ¿dónde está la dualidad? Cuando existes con la flor, sin pensar, es un diálogo. No un duólogo, sino un diálogo.

Cuando existes con tu amante, es un diálogo, no un duólogo, porque allí no hay dos. Sentado aliado de tu amante, cogiéndole de la mano, simplemente existes. No piensas en los días ya pasados; no piensas en el futuro que vendrá. Estás aquí y ahora es tan her­moso estar aquí y ahora, y tan intenso, que ningún pensamiento puede penetrar en esa intensidad.

Y la puerta es estrecha. La puerta del presente es estrecha. Por ella no pueden entrar dos juntos, solo uno. En el presente no es po­sible pensar, no es posible soñar, porque soñar-no es sino pensar con imágenes. Las dos cosas son materiales.

Cuando estás en el presente sin pensar, eres espiritual por pri­mera vez. Se abre una nueva dimensión, la dimensión de la con­ciencia. Como no has conocido esa dimensión, Heráclito dice que estás dormido, que no eres consciente. La conciencia significa estar en el momento de un modo tan total que no hay movimiento hacia el pasado ni hacia el futuro. Todo el movimiento se detiene.

Eso no significa que te quedes estático. Se inicia un nuevo mo­vimiento, un movimiento con profundidad. Hay dos tipos de movi­miento, y ese es el significado de la cruz de Jesús: muestra dos mo­vimientos, un cruce de caminos. Uno de los movimientos es lineal: te mueves siguiendo una línea, de una cosa a otra, de un pensamiento a otro, de un sueño a otro sueño. De A pasas a B, de B a C, de C a D. De ese modo te mueves en una línea horizontal. Este es el movimiento del tiempo; es el mo­vimiento de los que están completa­mente dormidos. Puedes ir como una lanzadera, adelante y atrás; la línea está ahí. Puedes ir de B a A o puedes ir de A a B; la línea está ahí.

Hay otro movimiento, que tiene lu­gar en una dimensión totalmente dife­rente. Este movimiento no es horizon­tal, es vertical. No vas de A a B y de B a C; vas de A a un A más profundo, de Al a A2, A3, A4, cada vez más abajo... o más arriba. .

Cuando el pensamiento cesa, comienza el nuevo movimiento. Ahora caes a las profundidades, como si cayeras en un abismo. Las personas que meditan profundamente llegan tarde o temprano a ese punto; entonces les entra miedo, porque les parece que se ha abierto un abismo sin fondo... sientes vértigo, tienes miedo. Te gus­taría agarrarte al antiguo movimiento porque era algo conocido; esto se parece a la muerte.

Ese es el significado de la cruz de Jesús: es una muerte. Pasar de

 

 

la horizontal a la vertical es la muerte, es la verdadera muerte. Pero solo es muerte vista desde un lado; vista por el otro lado es resu­rrección. Es morir para nacer; es morir en una dimensión para na­cer en otra dimensión. En horizontal eres Jesús; en vertical te has convertido en Cristo.

Si te mueves de un pensamiento a otro, sigues estando en el mundo del tiempo. Si te mueves hacia dentro del momento, no del pensa­miento, te mueves hacia la eternidad. No estás estático; no hay nada estático en este mundo, nada puede ser estáti­co. Surge un nuevo movimiento, un movimiento sin motivación. Recuerda estas palabras. En la línea horizontal, te mueves por motivaciones. Tienes que alcanzar algo: dinero, prestigio, poder o a Dios, pero tienes que conse­guir algo. Hay una motivación. I

El movimiento motivado equivale a dormir, El movimiento sin motivación significa conciencia. Te mueves por­que moverse es un puro placer, te mueves porque el movimiento es vida, te mueves porque la vida es energía y la energía es movimiento. Te mueves porque la energía es placer, y por nada más. No hay ningún objetivo, no intentas conseguir nada. De hecho, no vas a ninguna parte, no estás «yendo», estás simplemente gozando de la energía. No hay ningún objetivo fuera del movimiento mismo. El movimiento tiene su propio valor intrínseco, no tiene valor extrínseco.

Un buda también vive. Un Heraclito vive. Yo estoy aquí, vivien­do, respirando, pero con un tipo diferente de movimiento, no mo­tivado.

Hace unos días, alguien me preguntó:

-¿Por qué ayudas a la gente con la meditación?

-Es un placer para mí -le dije-. No hay un porqué. Simple­mente, disfruto con ello.

Es como cuando una persona disfruta plantando semillas en el jardín, esperando que salgan las flores. Cuando tú floreces, yo gozo. Es jardinería; cuando alguien florece, es un puro placer. Y yo lo comparto. No existe ningún objetivo. Si fracasas, yo no voy a sen­tirme frustrado. Si no floreces, pues muy bien, porque el floreci­miento no se puede forzar. No puedes abrir un capullo a la fuerza; puedes hacerlo, pero entonces lo matas. Puede parecer un floreci­miento, pero no es un florecimiento.

El mundo entero se mueve, la existencia se mueve dentro de la eternidad. La mente se mueve en el tiempo. La existencia se mueve hacia las profundidades y las alturas, y la mente se mueve hacia ade­lante y hacia atrás. La mente se mueve horizontalmente; eso es el sueño. Si puedes moverte verticalmente, eso es la conciencia.

Vive en el momento. Incorpora todo tu ser al momento. No de­jes que el pasado interfiera y no dejes que el futuro se entrometa. El pasado ya no existe, está muerto. Y, como dice Jesús, «dejad que los muertos entierren a sus muertos» El pasado ya no existe. ¿Por qué te preocupa? ¿Por qué sigues rumiándolo una y otra vez? ¿Es que estás loco? Ya no existe; solo está en tu mente, es solo un recuerdo. El futuro no existe todavía. ¿Qué haces pensando en el fu­turo? Si todavía no existe, ¿cómo puedes pensar en ello? ¿Qué pue­des planear? Hagas lo que hagas, no va a ocurrir, y entonces te sen­tirás frustrado, porque la totalidad tiene su propio plan. ¿Por qué te empeñas en hacer tus propios planes en contra de los suyos?

La existencia tiene sus propios planes, es más sabia que tú. El todo tiene que ser más sabio que la parte. ¿Por qué finges ser tú el todo? El todo tiene su propio destino, su propio cumplimiento. ¿Por qué te molestas con eso? Hagas lo que hagas, será un pecado, porque te perderás el momento, este momento. Y si eso se convierte en un hábito -que se convierte-, si empiezas a perderte, se convierte en una forma habitual; y entonces, cuando el futuro llegue, te lo perderás también, porque cuando llegue ya no será un futuro, será un presente Ayer estabas pensando en hoy, porque entonces hoy era mañana; ahora es hoy y tú estás pensando en mañana, y cuan­do llegue el mañana se habrá convertido en hoy, porque todo lo que existe, existe aquí y ahora; no puede existir de otro modo y si tie­nes un modo fijo de funcionar, de manera que tu mente siempre mira al mañana, ¿cuándo vives? El mañana nunca llega. Te seguirás perdiendo, y eso es pecado. Ese es, el significado pe la raíz hebrea de «pecar».

En el momento en que entra el futuro, entra el tiempo. Has pe­cado contra la existencia, te has perdido. Y esto se ha convertido en una pauta fija; como un robot, sigues estando perdido.

A mí han acudido personas de países muy lejanos. Cuando están allí, piensan en mí y se excitan mucho pensando en mí, y leen y piensan y sueñan. Cuando llegan aquí, empiezan a pensar en sus ca­sas; en el momento de llegar, ya están regresando! Empiezan a pen­sar en sus hijos, en sus mujeres, en sus trabajos, en esto y en aque­llo, en mil y una cosas. Y yo veo toda esa insensatez. Después regresarán allí y se pondrán a pensar en mí. Han faltado, y eso es pecado.

Mientras estás aquí conmigo, debes estar aquí conmigo. Total­mente aquí conmigo, para que puedas aprender un nuevo modo de movimiento, para que puedas moverte en la eternidad, no en el tiempo.

El tiempo es el mundo y la eternidad es Dios. Lo horizontal es el mundo y lo vertical es Dios. Los dos se encuentran en un punto: ahí es donde Jesús está crucificado. La horizontal y la vertical se en­cuentran en un punto, y ese punto es aquí y ahora. Desde aquí y ahora puedes emprender dos viajes: un viaje por el mundo, hacia el futuro, y otro viaje hacia Dios, hacia las profundidades.

Vuélvete cada vez más consciente, vuélvete cada vez más alerta y sensible al presente.

¿Qué vas a hacer? ¿Cómo puede hacerse posible? Porque estás tan dormido que también puedes convertir eso en un sueño. Pue­des convertirlo en un objeto de pensamiento, en un proceso de pen­samiento. La cuestión puede ponerte tan tenso que solo por eso ya no puedes estar en el presente. Si piensas demasiado en cómo estar en el presente, tanto pensar no te ayudará. Si sientes demasiada culpa... si a veces te mueves hacia el pasado... irás al pasado. Es una rutina que ha durado mucho tiempo. Y a veces empezarás a pensar en el futuro... e inmediatamente te sentirás culpable de haber co­metido otro pecado.

No te sientas culpable. Comprende el pecado, pero no te sientas culpable. Esto es muy, muy delicado. Si te sientes culpable, te lo has perdido todo. La vieja pauta comienza otra vez de un modo nuevo. Ahora te sientes culpable porque te has perdido el presente. Ahora estás pensando en el pasado, porque ese presente ya no es presente; es pasado, y tú te sientes culpable por ello. Sigues estando perdido.

Así pues, recuerda una cosa: cada vez que te des cuenta de que te has ido al pasado o al futuro, no te crees problemas por ello. Sim­plemente, vuelve al presente, sin crearte problemas. ¡No pasa nada! Simplemente, recupera tu conciencia. La perderás millones de ve­ces; no te va a salir ahora mismo, inmediatamente. Puede suceder, pero no puede suceder por tu causa. Es un modo de conducta fijo desde hace tanto, tantísimo tiempo, que no lo puedes cambiar de buenas a primeras. Pero no te preocupes, la existencia no tiene nin­guna prisa. La eternidad puede esperar eternamente. No crees ten­siones por ello.

Cada vez que sientas que te has perdido, vuelve; eso es todo. No te sientas culpable; eso es un truco de la mente, que está otra vez jugando a sus juegos. No te arrepientas: «¡He vuelto a olvidarme!» Simplemente, cuando pienses, vuelve a lo que estuvieras haciendo. Si estás tomando un baño, vuelve; si estás comiendo la comida, vuelve; si estás dando un paseo, vuelve. En el momento en que sien­tas que no estás aquí y ahora, vuelve... simplemente, inocentemen­te, No crees culpa. Si te sientes culpable, no has entendido nada.

Hay pecado, pero no hay culpa... pero eso es difícil para ti. Si sientes que algo está mal, te sientes inmediatamente culpable. La mente es muy astuta. Si te sientes culpable, el juego ha empezado, de nuevo... en un nuevo campo, pero el juego es muy antiguo. La gente acude a mí y dice: «Nos seguimos olvidando.» Se ponen muy tristes cuando dicen: «Nos seguimos olvidando. Lo intentamos, pero solo nos acordamos durante unos segundos. Nos mantenemos alerta, recordándonos, pero enseguida nos perdemos. ¿Qué hacer?» ¡No se. puede hacer nada! No es cuestión de hacer. ¿Qué podrías ha­cer? Lo único que se puede hacer es no crear culpa. Simplemente, vuelve.

Por muchas veces que tengas que volver... simplemente, recuer­da. No con la cara muy seria, no con mucho esfuerzo... simple­mente, inocentemente, sin crear un problema por ello. Porque la eternidad no tiene problemas; todos los problemas existen en el pla­no horizontal; este problema también existe en el plano horizontal. El plano vertical no conoce problemas. Es puro gozo, sin nada de ansiedad, sin nada de angustia, sin ninguna preocupación, sin ninguna culpa, sin nada. Sé simple y vuelve.

Te perderás muchas veces, dalo por seguro. Pero no te preocu­pes por ello. Así son las cosas. Te perderás muchas veces, pero eso no importa. No prestes atención al hecho de que te hayas perdido muchas veces, presta mucha atención al hecho de que te has rein­corporado muchas veces. Recuerda esto: no hay que darle impor­tancia al hecho de haberse perdido muchas veces, lo que importa es que te has vuelto a acordar muchas veces. Siéntete feliz por ello. Que te pierdas es algo natural. Eres humano, has vivido en el plano horizontal durante muchísimas vidas, así que es natural. Lo estu­pendo es que has regresado muchas veces. Has hecho lo imposible; siéntete feliz por ello.

En veinticuatro horas te perderás veinticuatro mil veces, pero te reincorporarás otras veinticuatro mil veces. Y ahora empieza a funcionar un nuevo modo. Has regresado un montón de veces; ahora se empieza a abrir una nueva dimensión, poco a poco. Cada vez se­rás más capaz de mantenerte consciente, cada vez serán menos las idas y venidas. El recorrido de ida y vuelta se irá acortando cada vez más. Cada vez te olvidarás menos, cada vez te acordarás más; estás entrando en la vertical. De pronto, un día, la horizontal desaparece. La conciencia gana intensidad y la horizontal desaparece.

 

A esto es a lo que se refieren Shankara, el Vedanta y los hindúes al decir que este mundo es ilusorio. Porque cuando la conciencia se hace perfecta, este mundo, este mundo que has creado a partir de tu mente, simplemente desaparece. Y otro mundo se te revela. El Maya desaparece, la ilusión desaparece... la ilusión está ahí a causa de tu sueño, de tu inconsciencia.

Es como un sueño. Por la noche te mueves en sueños, y cuando el sueño está ahí, es muy real. ¿Alguna vez has pensado en sueños «esto no es posible»? En los sueños ocurre lo imposible, pero a ti no se te ocurre dudar de ello. En los sueños tienes esa clase de fe; en los sueños nadie es escéptico, ni si­quiera un Bertrand Russell. No, en un sueño todo el mundo es como un niño, que se cree todo lo qué ocurre. En un sueño ves a tu mujer acercar­ y de pronto se convierte en un ca­ballo. Ni se te ocurre pensar: «¿Cómo puede ser posible esto?»

El sueño es confianza, es fe. En un sueño no se puede dudar. En cuanto empiezas a dudar en un sueño, se rompen las reglas. En cuanto dudas, el sueño empieza a desaparecer. Si puedes recordar, aunque sea una sola vez, que esto es un sueño, eso provoca un choque Y el sueño se hace pedazos Y tú te despiertas.

Este mundo que ves a tu alrededor no es el mundo real. No es que no exista: sí que existe, pero lo estás viendo a través de un velo de sueño. Entre tú Y él está la inconsciencia; lo miras, lo interpre­tas a tu manera, eres como un borracho.

Ocurrió que el mulá Nasruddin llegó corriendo. Estaba comple­tamente borracho Y el ascensorista estaba a punto de cerrar la puer­ta, pero él consiguió colarse. El ascensor estaba repleto. Todos se dieron cuenta de que Nasruddin estaba muy borracho. Le olía el aliento. Él intentó disimular, mirando hacia la puerta, pero no veía nada; también sus ojos estaban borrachos y adormilados. Intentó mantenerse en pie, pero tampoco le era posible. Y entonces se sin­tió muy avergonzado, porque todos le estaban mirando y todos pen­saban que estaba completamente borracho. Lo notaba. Sin saber qué hacer, dijo de pronto: «Se preguntarán ustedes por qué he convocado esta reunión.»

Por la mañana estará bien. Se reirá, como os estáis riendo voso­tros...

Todos los budas han reído al despertar. Su risa es como el rugi­do de un león. No se ríen de ti, se ríen de todo el chiste cósmico. Habían vivido en un sueño, dormidos, completamente intoxicados por el deseo, y contemplaban la existencia a través del deseo. Y por eso, aquella no era la verdadera existencia; proyectaban su propio sueño en ella.

Te tomas toda la existencia como una pantalla, y después pro­yectas tu propia mente en ella. Ves cosas que no están ahí, y no ves cosas que sí están. Y la mente tiene explicaciones para todo. Si plan­teas una duda, la mente explica. Crea teorías, filosofías, sistemas, con el único propósito de sentirse cómoda, de sentir que nada va mal. Todas las filosofías existen para hacer cómoda la vida, para que todo parezca ir bien y nada vaya mal... pero todo va mal cuando es­tás dormido.

Un hombre acudió a mí. Estaba preocupado; es el padre de una hija preciosa. Estaba muy preocupado y me dijo:

-Todas las mañanas se siente un poco mareada, pero he con­sultado a todos los médicos y dicen que no tiene nada. ¿Qué puedo hacer?

-Ve al mulá Nasruddin -le dije-. Él es el sabio de esta región y lo sabe todo, porque nunca le he oído decir: «No lo sé.» Ve a él.

Así lo hizo. Yo le seguí para ver qué decía Nasruddin. Nasruddin cerró los ojos, examinó el problema, volvió a abrir los ojos y pre­guntó:

-¿Le das leche por las noches, antes de acostarla?

El hombre dijo que sí, y Nasruddin dijo:

-Ya he resuelto el problema. Si le das leche a un niño, el niño da vueltas en la cama toda la noche, de derecha a izquierda, de iz­quierda a derecha, y de tanto batirla, la leche se convierte en cuaja­da. Después, la cuajada se transforma en queso, y el queso se trans­forma en mantequilla, la mantequilla se transforma en grasa y la grasa se transforma en azúcar, y por fin el azúcar se transforma en alcohol... y naturalmente, por la mañana tiene resaca.

Esto es lo que son todas las filosofías: explicaciones de cosas, ex­plicaciones de cosas que no se pueden explicar, fingiendo saber algo que no se sabe. Pero hacen la vida cómoda. Puedes dormir mejor, son como tranquilizantes.

Recuerda: esta es la diferencia entre religiosidad y filosofía. La fi­losofía es un tranquilizante, la religiosidad es un choque; la filoso­fía te ayuda a dormir bien, la religiosidad te saca del sueño. La reli­giosidad no es una filosofía, es una técnica para sacarte de tu inconsciencia. Y todas las filosofías son técnicas para ayudarte a dormir bien; te dan sueños, utopías.

La religiosidad te quita todos los sueños, todas las utopías. La re­ligiosidad te proporciona la verdad, y la verdad solo es posible cuan­do no estás soñando. Una mente que sueña no puede ver lo verda­dero. Una mente que sueña convertirá también la verdad en un sueño.

¿Te has fijado? Pones el despertador; quieres levantarte a las cua­tro de la mañana, porque tienes que coger un tren. Por la mañana suena el despertador y tu mente crea un sueño: estás sentado en un templo y las campanas del templo están tocando. Entonces todo queda explicado. El despertador ya no es un problema, ya no puede despertarte. Al explicarlo, te has librado de él. ¡Inmediatamente!

La mente es sutil. Y ahora los psicoanalistas están muy intriga­dos por cómo sucede esto, cómo la mente crea explicaciones inme­diatamente, tan inmediatamente. ¡Con lo difícil que es! La mente debe proyectarlo de antemano. ¿Cómo es que de pronto te encuen­tras en una iglesia o en un templo donde suenan las campanas? Suena el despertador y al instante tienes una explicación dentro del sueño. Estás intentando librarte del despertador. No quieres levan­tarte, no quieres levantarte en una noche de invierno tan fría. La mente dice: «Esto no es el despertador, es un templo que estás visi­tando.» Todo queda explicado y tú sigues durmiendo.

Esto es lo que hacen siempre las filosofías, y por eso existen tan­tas filosofías, porque cada uno necesita una explicación diferente. La explicación que ayuda a dormirse a otra persona no !e ayudará a ti. Yeso es lo que Heráclito dice en este pasaje.

Procura entenderlo. Esto es lo que dice:

 

Los hombres son tan olvidadizos y descuidados de lo que ocurre a su alrededor en sus momentos de vigilia como cuando están dormidos.

 

Cuando estás dormido no eres consciente de lo que ocurre a tu alrededor, pero en tus horas de vigilia, ¿eres consciente de lo que ocurre a tu alrededor?

Se ha investigado mucho sobre esto. El noventa y ocho por cien­to de los mensajes que te llegan, tu mente no los deja entrar. ¡El no­venta y ocho por ciento! Solo se permite la entrada a un dos por ciento, y ese dos por ciento también es interpretado por la mente. Yo digo una cosa y tú oyes otra. Digo algo diferente, y tú lo inter­pretas de manera que no perturbe tu sueño. Tu mente te da inme­diatamente una interpretación. Encuentras en tu mente un lugar donde encajarlo, y la mente lo absorbe; se convierte en parte de la mente. Por eso te pierdes a los Budas, Cristos; Heráclitos y demás. Ellos te siguen hablando; te siguen diciendo que han encontrado algo, que han experimentado algo, pero cuando te lo dicen tú lo in­terpretas inmediatamente. Tienes tus propios trucos.

A Aristóteles le perturbaba mucho Heráclito. Llegó a la conclu­sión de que aquel hombre tenía que tener algún defecto de perso­nalidad. ¡Asunto concluido! Lo has descalificado porque no está de acuerdo contigo, porque te perturbaba. Heráclito debía de darle muchos quebraderos de cabeza a Aristóteles, porque Aristóteles se mueve en la línea horizontal, es el maestro de ese movimiento, y este tal Heráclito está intentando empujarle al abismo. Aristóteles se mueve en el terreno llano de la lógica, y este Heráclito está tra­tando de empujarle al interior del misterio. Es necesaria alguna ex­plicación. Así que Aristóteles dice: «Este hombre tiene algún defec­to: biológico, fisiológico, "de personalidad", pero algún defecto. De lo contrario, ¿por qué tanto insistir en la paradoja? ¿Por qué tanto insistir en el misterio? ¿Por qué tanto insistir en que existe una ar­monía entre los contrarios? Los contrarios son contrarios; no hay armonía. La vida es la vida y la muerte es la muerte, hay que decir las cosas claras, no confundirlas. Este hombre parece un liante.»

Lao Tzu era igual. Lao Tzu decía:

“Todos parecen ser sabios, menos

yo. Todos parecen muy listos, menos yo.

Yo soy tonto”.

Lao Tzu es una de las personas más grandes y más sabias que han existido, pero entre vosotros se siente tonto. Lao Tzu dice: “Todos parecen pensar con tanta claridad, y yo ¡estoy todo confuso” Lo que Aristóte­les dice de Heráclito, Lao Tzu lo dice de sí mismo.

Lao Tzu dice: «Cuando alguien es­cucha mis enseñanzas sin la mente, se ilumina. Si alguien escucha mis ense­ñanzas a través de la mente, lo úni­co que encuentra son sus propias explicaciones, que no tienen nada que ver conmigo. Y cuando alguien escucha sin escuchar -hay personas que escuchan sin escuchar-, cuando alguien escucha como si estuviera escuchando pero sin escuchar, se ríe de mis ton­terías. Y el tercer tipo de mente es la mayoría. Dice Lao Tzu: Si la mayoría no se ríe de ti, ten cuidado, porque puedes estar dicien­do algo equivocado. Si la mayoría se ríe, entonces es que estás di­ciendo algo que es verdad. Cuando la mayoría piensa que eres ton­to, existe alguna posibilidad de que seas un sabio; de lo contrario, no hay ninguna posibilidad.

Heráclito le parece confuso a Aristóteles. También a ti te lo pa­recerá, porque Aristóteles se ha hecho el amo de todas las universi­dades y todos los colegios del mundo entero. Ahora en todas partes te enseñan lógica, no misterio. En todas partes se te enseña a ser ra­cional, no místico. A todos se les adiestra para que hagan definicio­nes claras. Si quieres definiciones claras, tienes que moverte en la horizontal. Allí, A es A, B es B, y A nunca es B. Pero en el misterio­so abismo de la vertical, las fronteras se borran y se funden unas con otras. El hombre es mujer, la mujer es hombre; lo bueno es malo, lo malo es bueno; la oscuridad es la luz, la luz es la oscuri­dad; la vida es muerte, la muerte es vida. Todas las fronteras se bo­rran y funden.

Por eso Dios es un misterio, no un silogismo. Los que aportan pruebas de la existencia de Dios están haciendo algo imposible. No se pueden presentar pruebas de Dios. Las pruebas existen en la ho­rizontal.

Ese es el significado de la confianza: caes al abismo, experimen­tas el abismo; desapareces en él... y sabes. Solo llegas a saber cuan­do la mente no está, nunca antes.

 

Tontos, aunque oyen son como los sordos.

A ellos se les aplica el adagio

de que cuando están presentes están ausentes.

 

Cuando estás presente en algún sitio, ese es exactamente el sitio del que estás ausente. Puedes estar en alguna otra parte, pero no ahí donde estás. Dondequiera que estés, ahí no estás.

Se dice en las antiguas escrituras tibetanas que Dios acude mu­chas veces a ti, pero que nunca te encuentra allí donde estás. Lla­ma a tu puerta, pero el habitante no está; siempre está en algún otro sitio. ¿Estás en tu casa, en tu hogar, o en alguna otra parte? ¿Cómo te va a encontrar Dios? No necesitas ir tú a él, solo hace fal­ta que estés en casa y él te encontrará. Te está buscando del mismo modo que tú lo buscas a él. Basta con que estés en casa, para que cuando él llegue te encuentre. Ha venido y ha llamado millones de veces, ha esperado a tu puerta, pero tú nunca estás.

Dice Heráclito:

 

Tontos, aunque oyen son como los sordos.

A ellos se les aplica el adagio

de que cuando están presentes están ausentes.

 

Eso es estar dormido: estar ausente, no estar presente en el mo­mento presente, estar en alguna otra parte.

Sucedió que el mulá Nasruddin estaba sentado en un café, ha­blando de lo generoso que era. Y cuando hablaba exageraba mucho, como hace todo el mundo, porque se olvida de lo que está diciendo. Entonces alguien le preguntó:

-Nasruddin, si eres tan generoso, ¿por qué nunca nos invitas a tu

casa? No nos has invitado a comer ni una sola vez. ¿Qué dices a eso?

Nasruddin estaba tan excitado que se olvidó por completo de su

esposa y dijo:

-Venid ahora mismo. .

A medida que se acercaba a la casa, se le iba pasando la borra­chera. Entonces se acordó de su mujer y se asustó. ¡Treinta invita­dos! A la puerta de la casa, dijo:

-Esperad. Ya sabéis que tengo esposa. También vosotros tenéis esposas y sabéis cómo es esto. Así que esperad. Dejad que entre pri­mero y la convenza, y luego os llamo.

Entró y desapareció. Los invitados esperaron y esperaron y si­guieron esperando, y él no aparecía, así que llamaron a la puerta. Nasruddin le había contado a su mujer exactamente lo que había ocurrido: que había hablado demasiado de generosidad y le habían pillado. Su mujer dijo:

-Pero no tengo comida para treinta personas y no hay nada que hacer a esta hora de la noche. '

-Haz una cosa -le dijo Nasruddin-. Cuando llamen ve a la puerta y diles simplemente que Nasruddin no está en casa.

De modo que cuando llamaron, la mujer abrió y dijo: -Nasruddin no está en casa.

-No puede ser -dijeron ellos-, porque hemos venido con él, ha entrado y no le hemos visto salir, y aquí estamos los treinta, esperando a la puerta. Tiene que estar. Entra y búscalo. Tiene que estar escondido en alguna parte.

La mujer entró y preguntó:

-¿Qué hacemos?

Nasruddin se excitó mucho y le dijo:

«¡Espera!» Salió a la calle y les dijo a

los invitados:

-¿Cómo que no? ¡Puede haberse

marchado por la puerta de atrás!

Esto es posible, esto te está ocu­rriendo a ti todos los días Se olvidó por completo de sí mismo. Eso es lo que le ocurrió: con tanta lógica se olvidó de sí mismo. La lógica es correc­ta, el argumento es correcto, pero... «¿Cómo que no? Vosotros estáis esperando en la puerta delantera; él ha po­dido salir por la puerta de atrás.» La lógica es correcta, pero Nasruddin se ha olvidado por completo de que es él, mismo quien lo está diciendo. Tú no estás presente. No estás en el presente ni para el mundo ni para ti mismo. Esto es estar dormido. ¿Cómo puedes oír así? ¿Cómo puedes ver así? ¿Cómo puedes sentir así? Si no estás pre­sente aquí y ahora, todas las puertas están cerradas. Eres una per­sona muerta, no estás vivo. Por eso Jesús repite una y otra vez a los Que le oyen y escuchan: «El que tenga oídos, que me oiga; el que tenga ojos, que me vea.»

HerácIito debió de encontrar mucha gente que escuchaba pero no oía, que miraba pero no podía ver porque sus casas estaban com­pletamente vacías. El dueño de la casa no está. Los ojos miran, los oídos oyen, pero el dueño de la casa no está presente dentro. Los ojos no son más que ventanas; no pueden ver a menos que tú veas por medio de ellos. ¿Cómo va a ver una ventana? Tienes que poner­te tú en la ventana, y solo entonces puedes ver. ¿Cómo? Es solo una ventana, no puede sentir. Si tú estás ahí, entonces la cosa es com­pletamente diferente.

 

El cuerpo entero es como una casa y la mente está de viaje; el dueño está siempre de viaje por alguna otra parte, y la casa está siempre vacía. Y la vida llama a tu puerta... puedes llamarlo Dios o como prefieras llamarlo, el nombre no importa; llámalo existen­cia... llama a la puerta, está llamando continuamente, pero no te encuentra en casa. Eso es estar dormido.

 

Uno no debería actuar ni hablar como si estuviera dormido.

 

Actúa, habla, con plena conciencia, y descubrirás un tremendo cambio en ti. El hecho mismo de que estés cons­ciente cambia tus actos. Entonces no puedes cometer pecados. No es que tengas que controlarte, no. El control es un mal sucedáneo de la conciencia, un sustituto muy malo; no sirve de mucha ayuda. Si es­tás consciente, no necesitas controlar la ira; estando consciente, la ira nunca surge., No pueden existir al mismo tiempo, no hay coe­xistencia para las dos cosas. Estando consciente, nunca surgen los celos. Estando consciente, muchas cosas simplemente desaparecen: todas las cosas que son negativas.

Es como una luz. Cuando hay luz en tu casa, ¿cómo Puede exis­tir en ella la oscuridad? La oscuridad símplemente escapa. Cuando tu casa está iluminada, ¿cómo puedes tropezar? ¿Cómo puedes cho­car con la pared? La luz está encendida, y tú sabes dónde está la puerta; simplemente vas a la puerta y entras o sales. Cuando está oscuro, tropiezas, andas a tientas, te caes. Cuando estás incons­ciente andas a tientas, tropiezas, caes. La íra no es sino tropezar; los celos no son más que andar a tientas en la oscuridad. Todo lo que está mal no está mal por sí mismo, sino porque tú vives en la oscu­ridad.

Si Jesús quiere enfurecerse, puede hacerlo; lo puede utilizar. Tú no puedes utilizarlo, tú eres utilizado por la ira. Si Jesús siente que será bueno y servirá de ayuda, puede utilizar cualquier cosa. Es un maestro. Jesús puede estar furioso sin estar furioso. Mucha gente trabajó con Gurdjieff, y era un hombre terrible. Cuando se enfurecía, se ponía terri­blemente furioso, parecía un asesino. Pero aquello no era más que un juego, solo era una situación para ayudar a alguien. E inmediatamente, sin un solo instante de intervalo, miraba a otra persona y estaba sonriendo. Y volvía a mirar a la misma persona con la que se había mostrado irritado, y otra vez tenía un aspecto fu­rioso y terrible.

Es posible. Cuando estás consciente puedes utilizar cualquier cosa. Hasta el veneno se convierte en elixir cuando estás despierto. Y cuando estás dormido, hasta el elixir se convierte en veneno, por­que todo depende de si estás alerta o no. Los actos no significan nada. Los actos no importan. Lo que importa eres tú, tu conciencia, el que estés consciente. Lo que hagas no tiene importancia.

Ocurrió lo siguiente:

Había un gran maestro, un maestro budista llamado Nagarjuna. Un ladrón acudió a él. El ladrón había quedado prendado del maes­tro porque nunca había visto una persona tan bella, con tan infini­ta gracia. Le preguntó a Nagarjuna:

-¿Existe alguna posibilidad de que yo también crezca? Pero tie­ne que quedarte clara una cosa: soy un ladrón. Y otra cosa: no pue­do dejarlo, así que por favor no me pongas esa condición. Haré cualquier cosa que digas, pero no puedo dejar de ser ladrón. Lo he intentado muchas veces, pero nunca da resultado, así que he re­nunciado a ello. He aceptado mi destino, que siempre seré un la­drón y seguiré siéndolo, así que no me hables de eso. Que quede cla­ro desde el principio. 

Nagarjuna dijo:

-¿Por qué tienes miedo? ¿Quién te va a hablar de que eres un

ladrón?

-Es que cada vez que acudo a un monje, a un sacerdote o a un santo religioso, siempre me dicen: «Lo primero es que dejes de ro­bar» -dijo el ladrón.

Nagarjuna se echó a reír y dijo:

-Entonces debes de haber acudido a ladrones. Si no, ¿por qué habría de importarles? A mí no me importa.

El ladrón se puso muy contento y dijo:

-Pues entonces, de acuerdo. Parece que ahora podré ser discí­

Rulo. Eres el maestro adecuado.

Nagarjuna le aceptó y dijo:

-Ahora puedes irte y hacer lo que quieras. Solo tienes que cumplir una condición: sé consciente. Ve y asalta casas, entra y coge cosas, roba. Haz lo que te parezca, a mí no me importa porque yo no soy 1adrón. Pero haz lo con plena conciencia.

El ladrón no se daba cuenta de que estaba cayendo en la trampa

y dijo:

-Entonces, todo está muy bien. Lo intentaré.

Al cabo de tres semanas, regresó y dijo:

-Eres un tramposo. Porque si me hago consciente no puedo robar. Si robo, la conciencia desaparece. Estoy en un buen lío.

Nagarjuna le dijo: ­

-Ya basta de hablar de robar y de que eres ladrón. A mí eso no

me importa, yo no soy ladrón. Ahora decide tú. Si quieres concien­cia, tú decides. Si no la quieres, también decides tú.

-Pero es que ahora es difícil -dijo el hombre- Lo he proba­do un poquito, y es tan hermoso... Lo dejaré todo, haré lo que tú di­gas. -y siguió diciendo- La otra noche, por primera vez, conse­guí entrar en el palacio del rey. Abrí el tesoro. Podría haberme convertido en el hombre más rico del mundo, pero tú me ibas siguiendo y tuve que ser consciente. Cuando me hice consciente, perdí de pronto toda motivación, todo deseo. Cuando me hice consciente, los diamantes me parecían simples piedras, piedras vulgares. Cuando perdí la conciencia, el tesoro estaba allí. Esperé y lo volví a hacer muchas veces. Me volvía consciente y era como un buda, y no podía ni tocar el tesoro porque todo el asunto me parecía una tontería, una estupidez... simples piedras. ¿Qué estoy haciendo? ¿Perderme por unas piedras? Pero entonces perdía la conciencia y volvían a parecerme preciosas, toda la ilusión volvía. Pero al final decidí que no valían la pena.

Cuando has conocido la conciencia, nada compensa perderla. Has conocido la mayor bendición de la vida. De pronto, muchas co­sas simplemente desaparecen; se convierten en estupideces, se con­vierten en tonterías. La motivación ha desaparecido, el deseo ha de­saparecido, los sueños han cesado.

 

Uno no debería actuar ni hablar como si estuviera dormido.

 

Esa es la única clave.

 

Los despiertos tienen un mundo en común;

los dormidos tienen un mundo privado cada uno.

 

Los sueños son privados, absolutamente privados. Nadie puede entrar en tus sueños. No puedes compartir un sueño con tu amado. Marido y mujer duermen en una misma cama, pero sueñan por se­parado. Es imposible compartir un sueño, porque no es nada.

 

¿Cómo puedes compartir una nada? Es como una burbuja, es abso­lutamente no existencial; no puedes compartirlo, tienes que soñar solo.

Por eso, a causa de los durmientes, de los numerosísimos dur­mientes, existen tantos mundos. Tú tienes tu mundo propio; si es­tás dormido, vives encerrado en tus propios pensamientos, concep­tos, sueños, deseos. Cuando te encuentras con otra persona, dos mundos chocan. Mundos en colisión... esa es la situación. ¡Vigila! Mira cómo conversan un marido y su mujer. No están conver­sando en absoluto. El marido está pen­sando en su oficina, en su salario; la mujer está pensando en sus vesti­dos para Navidad. Por dentro tienen sus propios mundos privados, pero sus mundos privados se encuentran -más bien chocan- en alguna parte, por­que los vestidos de la mujer dependen ¡del salario del marido, y el salario del marido tiene que financiar los vestidos de "la mujer. La mujer dice «cariño», pero detrás de la palabra cariño hay vestidos; es en lo que está pensando. Ese «cariño» no significa lo que está escrito en el diccionario, porque cada vez que esta mujer dice «cariño» es solo una fachada, y el marido se asusta inmediatamente. No da muestras de ello, por supuesto, porque cuando alguien dice «cariño» uno no se muestra asustado. Dice: «¿Qué, querida?», pero está asustado porque está pensando en su sueldo y sabe que la Navidad se acerca y que hay peligro.

La mujer del mulá Nasruddin le decía:

-¿Qué ha ocurrido? Últimamente lloro y sollozo y me caen lá­grimas por la cara, y tú ni siquiera preguntas: «¿por qué lloras?».

-Ya basta! dijo Nasruddin- Preguntar cuesta demasiado caro y en el pasado he cometido ese error demasiadas-veces, por­que esas lágrimas no son simples lágrimas. Son vestidos, una casa nueva, muebles nuevos, coche nuevo. Hay muchas cosas ocultas tras esas lágrimas. Esas lágrimas son solo el comienzo.

No hay diálogo posible porque dentro hay dos mundos privados. Solo es posible el conflicto.

Los sueños son privados, la verdad no es privada. La verdad no puede ser privada; la verdad no puede ser ni mía ni tuya, la verdad no puede ser cristiana o hindú, la verdad no puede ser india o grie­ga. La verdad no puede ser privada. Los sueños son privados. Re­cordad que cualquier cosa que sea privada tiene que pertenecer al mundo de los sueños. La verdad es un cielo abierto; es para todos, es una sola.

Por eso, cuando Lao Tzu habla, el idioma puede ser diferente; cuando habla Suda, el idioma es diferente; cuando habla Herác1ito, el idioma es diferente... pero todos dicen lo mismo, todos están indicando lo mismo. No viven en mundos privados. El mundo privado ha desaparecido con sus sueños y sus deseos... con la mente. La mente tiene un mundo privado, pero la conciencia no tiene mundos priva­dos. Los despiertos tienen un mundo en común... Todos los que están despiertos tienen un mundo en co­mún, que es la existencia. Y todos los que están dormidos y soñan­do tienen sus propios mundos.

Tienes que renunciar a tu mundo; es la única renuncia que te pido. No te digo que dejes a tu mujer, no te digo que dejes tu tra­bajo, no te digo que renuncies a tu dinero ni a ninguna de tus co­sas, no. Simplemente te digo que abandones tu mundo de sueños privados. Eso es para mí el sannyas. El antiguo sannyas consistía en abandonar este mundo, el visible. Uno se iba al Himalaya, de­jando a su mujer e hijos... pero no se trata de eso. No es ese el mun­do que hay que abandonar. ¿Cómo podrías abandonarlo? Incluso el Himalaya pertenece a este mundo. El mundo real al que hay que re­nunciar es la mente, el mundo de sueños privado. Si renuncias a él, aunque estés sentado en el mercado estarás en el Himalaya. Si no renuncias a él, incluso en el Himalaya crearás un mundo privado a tu alrededor.

¿Cómo puedes escapar de ti mismo? Vayas donde vayas estarás contigo. Vayas donde vayas, te comportarás de la misma manera. Las situaciones podrán ser diferentes, pero ¿cómo vas a poder ser diferente tú? Seguirás dormido en el Himalaya. ¿Qué diferencia hay entre dormir en Pune o en Boston, entre dormir en Londres o en el Himalaya? Estés donde estés, estarás soñando. ¡Deja de soñar! Pon­te más alerta, de pronto, los sueños desaparecen, y con los sueños desaparecen todos los sufrimientos.

 

Lo que vemos cuando estamos despiertos es la muerte, cuando estamos dormidos, sueños.

 

Esto es verdaderamente bello. Cuando estás dormido ves sue­ños, ilusiones, espejismos... tus propias creaciones, tu propio mun­do privado. Cuando estás despierto, ¿qué ves? Dice Heráclito que «cuando estás despierto ves muerte a todo tu alrededor».

Es posible que sea por eso por lo que no quieres ver. Puede que sea por eso por lo que sueñas y creas una nube de sueños a tu alre­dedor, para no tener que afrontar el hecho de la muerte. Pero re­cuerda: un hombre se vuelve religioso solo cuando se enfrenta a la - muerte, no antes.

Cuando te encuentras con la muerte, cuando la ves cara a cara, cuando no la evitas, cuando no la esquivas, cuando no huyes, cuan­do no creas una nube a tu alrededor... cuando te encuentras y haces frente al hecho de la muerte... de pronto te haces consciente de que la muerte es vida. Cuanto más profundices en la muerte, más te adentrarás en la vida, porque, como dice Heráclito, los contrarios se tocan y se mezclan; son una sola cosa.

Si estás intentando escapar de la muerte, recuerda que también estás escapando de la vida. Por eso pareces tan muerto. Esta es la paradoja: huye de la muerte y seguirás muerto; afróntala, enfrénta­te a ella y cobrarás vida. En el momento en que hagas frente a la muerte tan a fondo, tan intensamente que empieces a sentir que es­tás muriendo -cuando sientes y tocas la muerte no solo a tu alre­dedor, sino también por dentro-, llega la crisis. Esta es la cruz de Jesús, la crisis de la muerte. En ese momento, mueres para un mundo -el mundo de la horizontal, el mundo de la mente- y re­sucitas en otro mundo.

La resurrección de Jesús no es un fenómeno físico. Los cristia­nos han creado innecesariamente un montón de hipótesis acerca de ella. No es una resurrección de este cuerpo, es una resurrección en otra dimensión de este cuerpo; es una resurrección en otra dimen­sión de otro cuerpo que nunca muere. Este cuerpo es temporal, el otro cuerpo es eterno. Jesús resucita en otro mundo, el mundo de la verdad. El mundo privado ha desaparecido.

En el último momento, Jesús dice que está preocupado, angus­tiado. Incluso un hombre como Jesús está preocupado al morir; así tiene que ser. Llora y le dice a Dios: «¿Qué me estás haciendo?» Le gustaría aferrarse a la horizontal, le gustaría agarrarse a la vida... incluso un hombre como Jesús.

Así que no te sientas culpable si te pasa. A ti también te gustaría aferrarte. Este es el lado humano de Jesús, que es más humano que Buda o Mahavira. Este es el Jesús humano: el hombre se encuentra cara a cara con la muerte y está asustado, y llora, pero no retroce­de, no cae inmediatamente se hace consciente de lo que está pre­guntando, y entonces dice: «¡Hágase tu voluntad!», se relaja, se deja llevar. Al instante; la rueda gira: Jesús ya no está en la horizontal; ha penetrado en la vertical, en la profundidad. Y así resucita para la eternidad.

Muere para el tiempo y resucitarás en la eternidad. Muere para la mente y vivirás en la conciencia. Muere para el pensamiento y na­cerás en la conciencia.

Dice Heráclito: «Lo que vemos cuando estamos despiertos es la muerte...» Por eso vivimos dormidos, en sueños, con tranquilizan­tes, narcóticos, intonxicantes... para no afrontar el hecho. Pero es un hecho que hay que afrontar. Si le haces frente, el hecho se convier­te en la verdad; si huyes de élvives en la mentira. Si afrontas el he­cho, se convierte en la puerta de la verdad. El hecho es la muerte; eso hay que afrontarlo. Y la verdad será la vida, la vida eterna, vida en abundancia, vida que nunca termina.

 

 

 

 

 

Conciencia y centrado

 

 

 

 

Lo primero que debes comprender es qué significa la conciencia. Vas andando. Eres consciente de muchas cosas: de las tien­das, de la gente que pasa a tu lado, del tráfico, de todo. Eres cons­ciente de muchas cosas, solo eres inconsciente de una cosa... y esa cosa eres tú. Vas andando por la calle, eres consciente de muchas cosas, ¡y solo no eres consciente de ti mismo! A esta conciencia de uno mismo, Gurdjieff la llama «recordarse a uno mismo». Dice Gurdjieff: «Constantemente, estés donde estés, recuérdate a ti mismo.»

Hagas lo que hagas, por dentro debes seguir haciendo una cosa continuamente: ser consciente de que tú lo estás haciendo. Si estás comiendo, sé consciente de ti mismo. Si estás andando, sé conscien­te de ti mismo. Si estás escuchando, si estás hablando, sé consciente de ti mismo. Cuando estés irritado, sé consciente de que estás irritado. En el momento mismo en que aparezca la ira, sé consciente de que estás irritado. Este constante acordarse de uno mismo crea en ti una sutil energía, una energía muy sutil. Empiezas a ser un ser cris­talizado.

Normalmente, no eres más que una bolsa floja. No hay cristali­zación, no hay verdadero centro... solo algo líquido, solo una floja combinación de muchas cosas sin ningún centro. Una multitud que cambia se mueve constantemente, sin ningún jefe. La conciencia es lo que te convierte en jefe... y cuando digo jefe no me refiero a un controlador. Cuando digo jefe me refiero a una presencia... una presencia continua. Hagas lo que hagas, y aunque no hagas nada, una cosa debe estar constantemente en tu conciencia: que tú eres.

 

Esta simple sensación de ser uno mismo, de que uno es, crea un centro, un centro de quietud, un centro de silencio, un centro de dominio interior. Es una potencia interior. Y cuando digo «una potencia interior» quiero decir eso al pie de la letra. Por eso los budas hablan del «fuego de la conciencia». Es un fuego. Si em­piezas a hacerte consciente, empiezas a sentir en ti una nueva energía, un nuevo fuego, una nueva vida. Y gracias a esta nue­va vida, nuevo poder, nueva energía, muchas cosas que te estaban domi­nando se disuelven. Ya no tienes que luchar con ellas.

Tienes que luchar con tu ira, con tu codicia, con tu sexo, porque eres débil. En realidad, la codicia, la ira y el sexo no son los problemas; el problema es la debilidad. En cuanto empiezas a ser más fuerte por dentro, con una sen­sación de presencia interior -cuan­do sientes que eres-, tus energías se van concentrando, cristalizan en un punto único y nace un yo. Recuerda, no un ego, sino un yo. El ego es una falsa sensación del. yo. Sin tener nin­gún yo, sigues creyendo que lo tie­nes... eso es el ego. El ego es un falso yo... no eres un yo, pero aun así crees que eres un yo.

Malungputra, un buscador de la verdad, acudió a Buda. Buda le preguntó: 

-¿Qué andas buscando?

-Busco mi yo: Ayudame -dijo Malungputra.

Buda le pidió que prometiera hacer todo lo que se le indicara.

. Malungputra se echó a llorar y dijo:

-¿Cómo voy a prometer nada? No soy. Todavía no soy,- así que

¿cómo puedo prometer? No sé lo que voy a ser mañana. No tengo ningún yo que pueda prometer, así que no me pidas imposibles. Lo intentaré. Eso es lo máximo que puedo decir, que lo intentaré. Pero no puedo decir que haré lo que tú me digas, porque ¿quién va a ha­cerlo? Lo que busco es eso que puede prometer y cumplir una pro­mesa. Todavía no lo soy.

-Malungputra -dijo Buda-, te he pedido eso para oír esto. Si hubieras prometido, te habría rechazado. Si hubieras dicho: «te prometo que lo haré», yo habría sabido que no eres un auténtico buscador de la verdad, porque un buscador debe saber que aún no es. De lo contrario, ¿qué sentido tendría buscar? Si ya eres, no hay necesidad; ¡No eres! Y si uno puede sentir eso, el ego se evapora.

El ego es un concepto falso de algo que no está ahí. «YO» sig­nifica un centro que pueda prometer.

Este centro se crea estando continuamente consciente, constantemente consciente. Sé consciente de que estás haciendo algo... de que estás sentado, de que te vas a dormir, de que te está llegando el sueño, de que estás cayendo. Intenta ser consciente en todo momento, y entonces empezarás a sentir que en tu interior nace un centro. Las cosas han empezado a cristalizar, se están centrando. Ahora todo está relacionado con un centro.

No estamos centrados. A veces nos sentimos centrados, pero son momentos en los que una situación nos hace conscientes. Si de pronto se produce una situación muy peligrosa, empezarás a sentir un centro dentro de ti, porque cuando estás en peligro te vuelves consciente. Si alguien va a matarte, en ese momento no puedes pensar; en ese momento no puedes seguir inconsciente, Toda tu energía está centrada, y ese momento se vuelve sólido. No puedes moverte hacia el pasado, no puedes moverte hacia el futuro... este momento concreto se convierte en todo. Y entonces no solo eres consciente del asesino, sino que te haces consciente de ti mismo, el que va a ser asesinado. En ese sutil momento empiezas a sentir un centro en tu interior.

Por eso los deportes peligrosos tienen su atractivo. Pregúntale a alguien que haya subido a la cima del Gourishankar, del monte Eve­rest. Cuando Hillary llegó allí por primera vez, debió de sentir de repente un centro. Y cuando alguien llegó por primera vez a la luna, debió de experimentar una repentina sensación de centro. Por eso el peligro tiene atractivo. Vas conduciendo un coche, cada vez a más velocidad, hasta que la velocidad se convierte en peligrosa. En­tonces no puedes pensar; los pensamientos cesan. Entonces no pue­des soñar. Entonces no puedes imaginar. Entonces el presente se vuelve sólido. En ese momento peligroso, cuando la muerte es po­sible a cada instante, te haces súbitamente consciente de un centro en tu interior. El peligro tiene atractivo únicamente porque en al­gunas situaciones peligrosas te sientes centrado.

Nietzsche dijo en alguna parte que la guerra debe continuar por­que solo en la guerra se siente a veces el yo -se siente un centro-, porque la guerra es peligro. Y cuando la muerte se convierte en una realidad, la vida se vuelve intensa. Cuando la muerte anda cerca, la vida se vuelve intensa y tú estás centrado. En cualquier momento, cuando te haces consciente de ti mismo hay un centrado; pero si es una situación lo que lo ha provoca desaparecerá cuando cese la situación.

No debe ser algo situacional, debe ser interior. Así pues, procu­ra estar consciente en toda actividad normal. Inténtalo cuando es­tés sentado en tu butaca: sé consciente del que está sentado. No solo de la bútaca, no solo de la habitación, de la atmósfera que te rodea... sé consciente del que está sentado. Cierra los ojos y siéntete; profundiza y siéntete.

Eugen Herrigel estaba aprendiendo con un maestro zen. Estuvo tres años aprendiendo tiro con, arco, y el maestro siempre le decía: «Bien. lo que haces está bien hecho, pero no es suficiente.» Herri­gel se convirtió en un maestro arquero. Su puntería llegó a ser per­fecta al cien por cien, y el maestro seguía diciéndole: «Lo haces bien, pero no es suficiente.»

-¡Con una puntería cien por cien perfecta! -decía Herri­gel-. Pero ¿qué esperas de mí? ¿Cómo puedo mejorar más? Con una puntería cien por cien perfecta, ¿cómo puedes esperar más?

Se dice que el maestro zen le respondió:

-A mí no me interesa tu pericia con el arco ni tu puntería. Me interesas tú. Te has convertido en un técnico perfecto. Pero cuando tu flecha sale del arco no eres consciente de ti- mismo, así que no sirve de nada. No me interesa si la flecha da en el blanco. ¡Me inte­resas tú! Cuando la flecha sale disparada del arco, también por den­tro debe dispararse tu conciencia. Aunque no acertaras en el blan­co, no tendría importancia, pero donde no debes fallar es en el blanco interior, y en ese estás fallando. Te has convertido en un téc­nico perfecto, pero eres un imitador.

Pero para una mente occidental o, mejor dicho, para una men­te moderna -y la mente occidental es la mente moderna-, es muy difícil concebir esto. Parece un absurdo. En el tiro con arco lo que interesa es la eficiencia de puntería del individuo.

Con el tiempo, Herrigel se desanimó y un día dijo:

-Lo dejo. Me parece imposible. ¡Es imposible! Cuando apuntas a un blanco, tu conciencia va al blanco, al objeto, y si quieres ser un buen arquero, tienes que olvidarte de ti mismo, recordar solo el ob­jetivo, el blanco, y olvidarte de todo. Solo debe existir el blanco.

Pero el maestro zen le forzaba continuamente a crear otro blan­co en su interior. La flecha debe ser una flecha doble: que apunte hacia el blanco exterior y apunte continuamente al blanco inte­rior... al yo.

Herrigel dijo:

-Me marcho. Me parece imposible. No puedo cumplir tus con­diciones.

Y el día de su partida, Herrigel estaba sentado. Había ido a des­pedirse del maestro, y el maestro estaba apuntando a otro blanco. Había otro aprendiz, y por primera vez Herrigel no estaba implica­do; solo había ido a despedirse y esperaba sentado. En cuanto el maestro terminara su lección, él se despediría y se marcharía. Por primera vez no estaba implicado.

Pero entonces, de pronto, se hizo consciente del maestro y de la conciencia de doble flecha del maestro. El maestro estaba apuntan­do. Durante tres años, Herrigel había estado continuamente con el mismo maestro, pero estaba más interesado en sus propios esfuer­zos. No había visto nunca a este hombre, lo que estaba haciendo. Por primera vez vio y comprendió... y de pronto, espontáneamente, sin esfuerzo, se acercó al maestro, le quitó el arco de las manos, apuntó al blanco y disparó la flecha. Y el maestro dijo:

-¡Muy bien! por primera vez lo has hecho. Estoy contento. ¿Qué había hecho? Por primera vez se había centrado en sí mis­mo. El blanco estaba allí, pero también él estaba allí, presente. Así pues, hagas lo que hagas -cualquier cosa, es necesario que tires con arco-, hagas lo que hagas, aunque sea estar sentado, sé dos flechas. Recuerda lo que está pasando fuera y recuerda tam­bién quién está dentro.

Una mañana, Lin-chi estaba dando una conferencia y de pronto alguien preguntó:

-Respóndame una sola pregunta: ¿Quién soy yo?

Lin-chi bajó del estrado y se acercó al hombre. Toda la sala guar­dó silencio. ¿Qué iba a hacer? Era una pregunta bien simple. Podía haberla respondido desde el estrado. Lin-chi llegó hasta el hombre. Toda la sala estaba en silencio. Lin-chi se quedó parado ante el hombre, mirándole a los ojos. Era un momento muy penetrante. Todo se detuvo. El hombre empezó a sudar. Lin-chi no hacía más que mirarle a los ojos. Y entonces, Lin-chi dijo:

-No me preguntes. Entra y descubre quién pregunta. Cierra los ojos. No preguntes: «¿Quién soy yo?» Ve adentro y descubre quién ha preguntado quién es ese preguntador interior. Olvídate de mí. Encuentra la fuente de la pregunta. ¡Penetra hasta el fondo!

Y se dice que el hombre cerró los ojos, guardó silencio y de pronto se iluminó. Abrió los ojos, se echó a reír, tocó los pies de Lin­ chi y dijo:

-Me has respondido. Les he hecho esta pregunta a muchos y me han dado muchas respuestas, pero ninguna era una auténtica respuesta. Pero tú me has respondido.

«¿Quién soy yo?» ¿Cómo se puede responder a esa pregunta? Pero en esta situación particular -mil personas calladas, un si­lencio en el que se habría oído la caída de un alfiler-, Lin-chi bajó con ojos penetrantes y simplemente le ordenó al hombre: «Cierra los ojos, entra y descubre quién pregunta. No esperes que yo te res­ponda. Descubre quién ha preguntado.» Y el hombre cerró los ojos.­ ¿Qué ocurrió en esa situación? Se centró De pronto estaba centrado, de pronto se hizo consciente del núcleo más interior.

Esto hay que descubrirlo, y hacerse consciente es el método para descubrir este núcleo interior. Cuanto más inconsciente estés, más alejado estás de ti mismo. Cuanto más consciente, más te acercas a ti. Si la conciencia es total, estás en el centro. Si hay menos conciencia, estás cerca de la periferia. Cuando estás inconsciente, estás en la periferia, donde el centro está completamente olvida­do. Así pues, estas son las dos manerasposibles de moverse.

Puedes moverte hacia la periferia, y entonces te mueves hacia la incons­ciencia. Te sientas a ver una película, te sientas en alguna parte a escuchar música, y te olvidas de ti mismo. Entonces estás en la periferia. Leyendo el­ Bhagavad Gita o la Biblia o el Corán, te puedes olvidar de ti mismo... entonces estás en la periferia.

Hagas lo que hagas, si puedes recordarte a ti mismo, estás más cerca del centro. Y un buen día, de pronto, te encuentras centrado. Entonces tienes energía. Esa energía es el fuego. Toda la vida, toda la existencia, es energía, es fuego. Fuego es el nombre antiguo; aho­ra lo llaman electricidad. El hombre le ha aplicado muchos, mu­chos nombres, pero «fuego» está bien. La electricidad parece un po­quito muerta; el fuego parece más vivo.

Actúa con mucho cuidado. Es un viaje largo y dificultoso, y se

 

 

hace difícil mantenerse consciente aunque solo sea un momento; la mente está parpadeando constantemente. Pero no es imposible. Es arduo difícil, pero no es imposible. Es posible... es posible para todos. Solo se necesita esfuerzo, y tiene que ser un esfuerzo sincero. No hay que hacer excepciones; no hay que dejar sin tocar nada del interior. Todo debe ser sacrificado a la. Conciencia solo entonces descubrirás la llama interior. Está ahí.

Si uno se pone a buscar la unidad esencial entre todas las reli­giones que han existido o puedan llegar a existir, encontrará esta única palabra: conciencia.

Jesús cuenta una parábola. El dueño de una gran mansión se marcha y les dice a sus sirvientes que estén en constante alerta, porque pue­de volver en cualquier momento. O sea, que tienen que estar alerta veinticuatro horas al día. El señor puede lle­gar en cualquier momento... ¡en cual­quier momento! No hay un momento prefijado, un día fijo, una fecha fija. Si hubiera una fecha fija, podrías echarte a dormir; después podrías hacer lo que quisieras, y estar alerta solo en esa fe­cha determinada, porque el señor va a llegar. Pero el señor ha dicho: «Volve­ré en cualquier momento. Tenéis que estar alerta día y noche para recibirme.» "

Es una parábola de la vida. No puedes aplazarlo; el señor puede llegar en cualquier momento. Hay que estar alerta continuamente. No hay fecha fija; no se sabe nada sobre cuándo llegará el momen­to. Solo se puede hacer una cosa: estar alerta y esperar.

Adquirir conciencia es la técnica para centrarse, para alcanzar el fuego interior. Está ahí, oculto; se puede encontrar. Y una vez que se encuentra, solo entonces, somos capaces de entrar en el templo. No antes, nunca antes.

Pero podemos engañamos a nosotros mismos con símbolos. Los símbolos sirven para indicamos realidades más profundas, pero tam­bién podemos usarlos como engaños. Podemos quemar incienso, po­demos realizar cultos con cosas exteriores, y después nos sentimos sa­tisfechos por haber hecho algo. Nos sentimos religiosos sin habernos vuelto religiosos en modo alguno. Esto es lo que está ocurriendo; en eso se ha convertido el mundo. Todo el mundo cree ser religioso solo porque está siguiendo símbolos exteriores, sin fuego interno.

Esfuérzate por mucho que fracases. Estás empezando. Fracasarás una y otra vez, pero hasta los fracasos te ser­virán de ayuda. Cuando dejas de ser consciente, aunque haya sido un momento, sientes por primera vez lo inconsciente que estás.

Vas andando por la calle Y no pue­des dar más que unos cuantos pasos sin volver a la inconsciencia. Una y otra vez te olvidas de ti mismo. Te pones a leer un cartel Y te olvidas de ti mismo. Pasa alguien, lo miras y te olvidas de ti mismo.

Tus fracasos te ayudarán. Pueden demostrarte lo inconsciente que estás. Y con el mero hecho de hacerte consciente de que estás inconsciente, has ganado una cierta conciencia. Si un loco se da cuenta de que está loco, está en camino hacia la cordura.

 


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