LA NATURALEZA VACÍA DEL YO

Podemos cometer innumerables actos negativos, pero eso no significa que seamos malos. Podemos acumular incontables actos positivos, pero eso no significa que seamos buenos. Podemos ejecutar todo tipo de acciones, representar toda clase de papeles, desempeñar todo tipo de funciones, pero eso no quiere decir que seamos una cosa u otra de manera intrínseca y permanente. Por supuesto, cuantos más actos de un tipo u otro repitamos, más creeremos que somos de una u otra manera y con más fuerza nos asignaremos una etiqueta, un adjetivo que nos permita ordenar aparentemente el caos en que se desarrolla nuestra vida.

En realidad, no somos nada que se pueda fijar en una norma inalterable. No somos nada que pueda asirse definitivamente. Tampoco tenemos ningún conocimiento infalible, sino que todo conocimiento es susceptible de múltiples interpretaciones, puntos de vista y cambios de paradigma. El mundo del pasado es una creación mental, el presente es inasible mientras que el futuro sólo es una quimera. Nuestras emociones y nuestros pensamientos también cambian de instante en instante, día a día, de semana en semana. La persona que amamos hoy es odiada mañana y viceversa. Nuestras creencias son débiles y nuestra fe —si es que tenemos alguna— una herencia inestable recibida de nuestros antepasados. Por tanto, no parece demasiado aconsejable confiar en el conocimiento, en el pasado, en las emociones, ni en los pensamientos.

No podemos asignar un término definitivo a nuestras sensaciones, emociones y estados de ánimo, puesto que cambian como las nubes en el cielo y lo que ahora nos parece felicidad, luego se transforma en dolor. Si observamos bien, podemos percibir cómo en el disfrute reside la semilla del nuevo deseo y que el mismo deseo lleva implícito, en la misma excitación que genera, algo de gozo y disfrute. No, las cosas no son nada en sí mismas, sino que carecen de toda consistencia. El placer es inseparable del sufrimiento, el gozo va unido al deseo, mientras que la ignorancia es lo que debemos conocer a toda costa.

Si no percibimos la verdadera naturaleza de las cosas y de nosotros mismos es porque hemos recibido una información incorrecta al respecto. En realidad, cualquier clase de información es incorrecta porque no podemos conocer las cosas ni a nosotros mismos a través de la información o del conocimiento dual. ¿Qué es el conocimiento dual? Un conocimiento que escinde al conocedor de lo conocido. El conocedor sólo puede conocer distanciándose de lo conocido.

Incluso el yo puede ser una quimera, un mito. Nadie puede confirmarnos que somos, aunque todo el mundo trata de decirnos lo que somos. En este ser desnudo y sin etiquetas al que se puede asignar cualquier cualidad —aunque carece en sí mismo de todas ellas— va incluido todo: bueno y malo, positivo y negativo, luz y oscuridad, placer y dolor, palabras y silencio. Ese ser desnudo, según el budismo, está tan desnudo que trasciende los calificativos de ser y no-ser, de existencia e inexistencia o, como se dice en términos tradicionales budistas, está más allá de los extremos del eternalismo y el nihilismo. No se le puede aplicar ninguna de las cuatro posibilidades lógicas: es, no es, es y no es, y ni es ni no es. Escapa a cualquier concepto y los incluye a todos.

Podemos poner en duda no sólo nuestra manera de ser sino también nuestra manera de existir. Por ejemplo, ¿acaso la existencia del yo resulta tan evidente? Ese yo cuya existencia parecía legitimada, para Descartes, por la presencia misma del pensar, ¿en qué zona del cuerpo se halla ubicado? ¿En la cabeza, en el tronco, en las extremidades? ¿Es posible que el yo resida en el cerebro? Si fuera posible trasplantar el cerebro de un individuo a otro ¿cambiaría por ello su sensación de identidad? Cuando se amputa un miembro ¿podemos decir que el yo ha sufrido también una amputación? ¿Cuando cambia la forma del cuerpo, cambia también la forma del yo? Ahora que está tan de moda la cirugía plástica, ¿las personas que se cambian la nariz, los pechos, el color de los ojos, etcétera, experimentan por ello algún cambio en su sensación de identidad? Rotundamente, no. Es absolutamente imposible identificar el yo con ninguna parte del cuerpo o con la totalidad del mismo.

En ese caso, es posible que el yo exista separadamente del cuerpo pero esta posición también parece absurda y poco obvia porque, en tal caso, ¿qué necesidad habría de un yo que no mantiene relación ninguna con el cuerpo?

Entonces quizás sea posible localizar al yo en los sentimientos. Pero éstos, como sabemos, cambian rápidamente, de modo que si un día nos identificamos con el apego o lo que llamamos amor, al día siguiente nos identificamos con el rechazo y el odio. Un mismo objeto o persona puede generar en nosotros sentimientos muy contradictorios a lo largo del tiempo. Por su parte, la vida fugaz de los pensamientos parece demasiado fluctuante para que pueda ser el asiento permanente del yo.

Sin embargo, tampoco parece prudente concluir que el yo no existe en modo alguno puesto que constituye el centro de nuestra vida física, emocional y mental. Sin embargo, es imposible verlo o percibirlo directamente. Sólo vemos sus reflejos, aunque no haya nadie ante el espejo. Es imposible convertir al sujeto en un objeto. Cualquier cualidad que asignemos al sujeto no le pertenece porque las cualidades y las determinaciones pertenecen a la esfera de los objetos.

El yo es una superposición efectuada sobre un flujo de pensamientos, sensaciones, percepciones, etc., más o menos sutiles. Sólo hay que dejar fluir, con la menor interferencia posible de nuestra parte, los pensamientos que sostienen la identificación del yo .

Podemos plantearnos idénticas cuestiones con respecto a los supuestos objetos que dan forma a nuestra percepción. ¿En qué se basa su hipotética realidad?

El camino pasa, pues, por la deconstrucción y la revisión de nuestros procesos perceptivos, afectivos y cognitivos. Tenemos que comprender cómo funciona la realidad intentando contemplarla desde diferentes perspectivas y también, en la medida de lo posible, desde ninguna perspectiva en absoluto o, si se prefiere, desde la perspectiva del no-yo. El camino es la duda, es decir, la indagación directa de lo que aparece, poniendo entre paréntesis o en tela de juicio hasta nuestras asunciones más evidentes y cotidianas.

En ese sentido, tampoco parece prudente asumir de entrada división ontológica alguna entre las dimensiones externa e interna de la experiencia puesto que eso también constituye una complicación conceptual que enturbia al mero acontecer de lo que es. Es decir, no debemos situar la atención premeditadamente en posición alguna, ni exterior ni interior, ni en la profundidad ni en la superficie. Cualquier dirección o intencionalidad supone una complicación añadida a lo que meramente es.

En realidad, no puedo confiar en nada ni en nadie, incluido, como ya he dicho, yo mismo. Sólo busco la sabiduría que está conmigo antes de que arribe cualquier otro conocimiento, la sabiduría que está más allá de las palabras, el recuerdo primero. Conocemos lo fundamental pero nos negamos a admitirlo. Para recordar ese recuerdo primordial tal vez haya que olvidar el resto de nuestros recuerdos y perder toda la memoria.

 


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